El Árbol de la Sangre: verdades tatuadas en la memoria de nuestra especieImposible quedar indiferente ante la última película de Julio Medem, repleta de sangre, tragedia, erotismo, memoria y feminidadCristina Tovar 1 noviembre, 2018 Director: Julio MedemGénero: Drama (…) Digas lo que tengas que decir, deja las raíces puestas, deja que cuelguen Y el polvo solo para aclarar de donde vinieron. Charles Olson, Estos Días Julio Medem ha regresado a la gran pantalla, y mucho más allá de las opiniones (positivas o negativas) y puntos de vista que cualquier espectador pueda elaborar, es imposible quedar indiferente ante esta reciente obra, repleta de sangre, tragedia, erotismo, memoria y feminidad… así como vacas, toros y otro seres pertenecientes al imaginario propio de las películas de este director. Admito que, a primeras, algo en mí no quería conectarse con lo que estaba mirando. Una de las primeras imágenes de la película consiste en la pareja protagonista, Rebeca (Úrsula Corberó) y Marc (Álvaro Cervantes), abrazando un árbol. La sentí forzada, quizás demasiado literaria. Pero mientras avanzaba el film, esos muros entre mi yo espectador y lo que acontecía en pantalla se fueron disipando independientemente de mis gustos. Aunque tuve ese sentimiento de que algunas partes eran exageradas, me dejé atravesar enteramente por el drama de la propuesta. La trama se va construyendo a sí misma, en base a la memoria de los protagonistas, quienes se van contando el uno al otro sus historias familiares y su propia historia de amor, en muchas ocasiones idealizada. En palabras del director: “cada uno tiene una verdad, un secreto que contarle al otro. Ella lo llama mi verdad más grande. Se crea un árbol que en el fondo tiene esa intención, de despejar”. A medida que me adentraba en esa construcción, empecé a sentir que esta película también hablaba sobre mí. Sentí la necesidad de estructurar mis propias memorias, aclarar mis propias historias mientras veía una que no es la mía, pero que es capaz de mostrarme trazos de mi conciencia. Parece ser una necesidad que tenemos todos, aunque la ciencia no ha descubierto cuál es su verdadera función. El Árbol de la Sangre es una película entera, entera como la imagen de dos abrazando un gran árbol y sujetándose las manos. Es entera y ramificada a la vez, por lo que es posible llegar a pensar que no hay salidas claras para cada una de las sub-tramas. Para mí ha sido posible conectarme y comprenderla mejor prestando atención a su lenguaje simbólico, ya que son imágenes que todos contenemos dentro. Las historias podrán ser enrevesadas o simples, pero el peso de los símbolos está tatuado en la memoria de nuestra especie. Árbol, el alma. The Lawrence Tree (Georgia O’Keeffe). “El árbol nos muestra cómo, a partir de una diminuta e inerte semilla de potencial, el sí-mismo puede cobrar vida, centrado y contenido, y alrededor de él se suceden incesantes procesos del metabolismo, la multiplicación, el fallecimiento y la renovación del ser” (Taschen, 128). El árbol es el alma de la película, el gran ser que contiene otras almas, grandes misterios, verdades dolorosas. El árbol es la propia historia viva, compleja, ramificada. Como el Secuoya gigante de Vértigo (Hitchcock), el árbol de esta obra es el pasado, pero es también algo inmenso, resistente, que no ha muerto. El director define su largometraje como “una historia de amor con forma de árbol”. Sangre, evocadora paradojas. Tree of Life (Kako Ueda). “Jung advirtió el intrigante paralelismo entre el maternal Árbol de la Vida y el sistema circulatorio humano; observó cómo la savia imita a la sangre, pasa por el ciclo de las estaciones, fluye hacia abajo en invierno, hacia sus raíces terrestres, y retorna como fruto en verano, conteniendo en sus intrincadas ramificaciones el misterio entero de la vida y la muerte” (Taschen, 396). La sangre, con su altivo color rojo, puede conducirnos a distintas emociones, conceptos o sensaciones posiblemente paradójicas. La sangre es pasión, erotismo, sexo y amor. Es familia, herencia sanguínea, tradición, los antepasados que nos habitan y fluyen dentro. Pero también es violencia, tripas. En El Árbol de la Sangre, Medem apuesta por la belleza, tal como él la ha llamado: “Una belleza amenazada, amenazada de muerte. Belleza que da miedo”. Unión sexual, creadora. Summer (Hosoda Eishi). El acto sexual es una constante durante todo el film, pero no de manera gratuita, sino como una reafirmación de historias, de alianzas y de estados psicológicos de los personajes. “El coito sugiere la reunión de lo que ha estado dividido, incompleto y lleno de anhelo… Y debido al enredo amoroso, a la entrega al otro, la fusión y el orgasmo forman parte del más extasiado de los coitos: el drama arquetípico y renacimiento que se esconde en la coniunctio oppositorum (unión de opuestos)” (Taschen, 414). Esta unión de opuestos, mencionada en la cita anterior, no se refiere sencillamente al acto sexual entre una mujer y un hombre, sino a lo femenino y lo masculino contenido en cualquier ser humano, la unión creadora. Medem se ha tenido que poner en el personaje de una mujer, desarrollar su lado femenino y construir personajes desde esa perspectiva. “No he parado de construir personajes femeninos desde Los Amantes del Círculo Polar… y es que nos podemos buscar, cada uno de nosotros podemos buscarnos y encontrar un personaje dentro. Eso nos ayudaría más, tanto a las mujeres como los hombres, buscar al otro dentro, porque nos contenemos. Yo tengo el privilegio de que mi trabajo consiste en crear personajes y hacerlos vivir dentro de historias. Y eso es un gran ejercicio de conocimiento de la psicología humana.” Toro, la amenaza permanente. Rhyton de esteatita en forma de cabeza de toro (Museo de Heraklion, Creta). “Según la psicología, es la historia de nuestra relación con la naturaleza instintiva, en la que los seres humanos se enfrentan con la pujante energía vital del toro.” (Taschen, 310). El personaje Olmo (Joaquín Furriel) lleva tatuado en el pecho una imagen de dos toros en posición de confrontación. Éste se hace llamar toro a sí mismo, y mantiene a Rebeca completamente erotizada con esa fuerza primitiva. Son diversas las ocasiones en las que este animal, tan profundamente arraigado en el folcore español, aparece en la película como una figura amenazante, asesina. Similar al papel del caballo negro en las obras de Federico García Lorca, un animal de sensualidad, de anatomía robusta, lleno de vitalidad y carácter, que a la vez anuncia o conduce directamente hacia la muerte. Heridas que contienen al otro. Detalle de La incredulidad de Santo Tomás (Caravaggio). “La herida es una laceración o brecha en el cuerpo físico o en el tejido psíquico” (Taschen, 734). Rebeca y Marc llevan cicatrices en sus cuerpos. Estas cicatrices dicen que sus heridas físicas han sido sanadas, sus pieles restauradas. La inmersión en la historia demuestra que no necesariamente estas heridas han sanado bien, algo por dentro de ambos sigue estando torturado, traumatizado. Lo que buscan, en el fondo, es sanarlas, redimirse. Texto: Cristina Tovar. Fuentes consultadas: El Libro de los Simbolos: Reflexiones sobre las imágenes arquetipicas. Taschen. Frases del director Julio Medem extraídas de la entrevista grupal realizada después del pre-estreno de El Árbol de La Sangre en Madrid, el día 26 de octubre de 2018 en los cines Renoir Princesa. Hacer Comentario Cancelar RespuestaSu dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente.