“Mamá y Papá”, bienvenido Mr. CageNicolas Cage se adelanta a las navidades regalándonos su más desenfrenado y salvaje repertorioCésar Pereyra Venegas 31 agosto, 2018 Domingo por la tarde y falla el control remoto. Me acerco a la Panasonic negra con la intención de encontrar algo que justifique un fin de semana lejos de la canchita de fulbito donde mis amigos juegan la enésima pichanga del día. Cuando mi índice derecho pide cambio ante tantos tantos realities, culebrones y anuncios, llego a la imagen de un tipo bajando de su elegante coche, usando un elegante abrigo que el vaivén del viento se encarga de agitar con un inconfundible tono de epicidad. “Directed by John Woo” avisan en letras blancas mientras el susodicho eleva los brazos, sugiriendo una condición mesiánica que segundos después se vería confirmada por aquellas inmaculadas Springfield Armory M1911-A1S color oro y negro que cuelgan en la parte posterior de su cintura. Su nombre: Castor Troy. Fue esa la escena que marcó mi fanatismo por la figura de Nicolas Kim Coppola Cage (1964-nunca), un intérprete cuya extensa y voluble carrera ha pasado por absolutamente todo lo que convierte a un hombre en mito. Así lo podemos ver en una filmografía donde su protagonismo en películas como “Raising Arizona” (Coen Brothers, 1987), “The Weather Man” (Gore Verbinski, 2005), “Matchstick Man” (Ridley Scott, 2005), “Adaptation” (Spike Jonze, 2002) y “Leaving Las Vegas” (Mike Figgis, 1995) goza de la misma jerarquía popular que la vista en títulos menos virtuosos a nivel crítico, pero no por ello prescindibles de cualquier videoteca que se respete. Celebrando su último estreno en España, “Mamá y Papá” (Brian Taylor, 2018), donde vemos la histeria masiva que se origina cuando una señal televisiva despierta en padres y madres el deseo por matar a sus hijos (sí, es en serio), presentamos los tres personajes que mejor definen el volcánico registro histriónico del actor californiano. Nota: Los vídeos y el disfrute de los mismos responden a su visionado en versión original por el simple hecho de resultarme un sinsentido doblar la distintiva, y delirante en algunos casos, voz de Mr. Cage. “HI-F*CKING-YA!” Como reza el slogan de una popular franquicia sobre carros chocones, “la familia lo es todo”. Ante algo tan certero y atemporal, es fácil entender lo que motivó a nuestro héroe a participar en “Deadfall” (1993), la segunda película de su hermano, Christopher Coppola. En ella conocemos a Joe Donan (Michael Biehn), un timador que busca cumplir el último deseo de su agonizante padre: encontrar al tío Lou y arrebatarle el pastel. Así empieza una odisea de 98 minutos por una de las experiencias más surrealistas que mi cerebro y espíritu han experimentado jamás. Y aunque el mérito de esta revelación debe mucho a la lúdica ineficacia de Christopher Coppola como director, es justo y necesario poner sobre un pedestal los increíbles (en todo el sentido de la palabra) intentos de nuestro querido Nicolas por hacer de Eddie, su personaje, la personificación del más placentero sinsentido cinematográfico. “I’M A VAMPIRE! I’M A VAMPIRE! I’M A VAMPIRE! I’M A VAMPIRE!” Revisando los datos de “Vampire’s Kiss” (Robert Bierman, 1988) en IMDB, descubro que fue gracias a esta película que Nicolas Cage obtuvo su primera nominación y galardón como Mejor Actor, nada más y nada menos que en el Festival de Sitges del año siguiente, empatando con Michael Gambon por “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” (Peter Greenaway, 1989). Y aunque a muchos les sorprenda semejante logro, más aún después del vídeo que acompaña este texto, puedo entender que el jurado de aquella edición (encabezado por el historietista argentino Horacio Altuna) haya encontrado en las poses y registros del buen Nicolas el retrato más fiel de la paranoia humana. En esta película conocemos a Peter Loew, un agente literario convencido de estar convirtiéndose en un vampiro luego de pasar la noche con una misteriosa mujer. Este aterrador escenario generará en él una serie de miedos que potenciarán su ya de por sí irascible comportamiento, regalándonos momentos como aquel donde, secundado por la imponente figura del edificio Empire State , reinventa las técnicas pedagógicas en lo que a recitar el abecedario respecta. “NOT THE BEES! NOT THE BEES AAAAARGH….!” Remake de aquella querida, aunque personalmente desconocida, cinta de culto del director inglés Robin Hardy, “The Wicker Man” (2006) tiene el mérito de dosificar su insano desarrollo de manera pausada y digerible, sin darlo absolutamente todo desde un inicio para que sean esos treinta minutos finales los que nos hagan cuestionar si lo que tenemos frente se trata del más caro making of en la historia del cine (presupuesto: $40 millones) o de lo que ¿realmente? algún productor en Alcon Entertainment consideró distribuir como “producto final”. ¿Qué podemos decir sobre Nic? Pues que está genial. Luciendo un muy bien confeccionado disfraz de oso grizzly (mérito para la diseñadora Lynette Meyer), repartiendo golpes a quien se interponga en su camino, recibiendo una tortura que, quiero creer, fue un sutil homenaje del director Neil LaBute a la maravillosa Kathy Bates de “Misery” (Rob Reiner, 1990) y, finalmente, haciendo gala de una increíble capacidad toráxica para dejar muy en claro, tanto al espectador como al sonidista de la película, el dolor que genera ser picado por decenas de abejas. Mención honrosa: Johnny Blaze en “Ghost Rider” (Mark Steven Johnson, 2007), porque, al parecer, en Hollywood el fuego da cosquillas. Hacer Comentario Cancelar RespuestaSu dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente.