Aún tenemos muy reciente el cierre de la segunda temporada de una de las grandes promesas de la temporada, “The Handmaid’s Tale”. No obstante, y a pesar de las altas expectativas puestas en ella, tanto por la crítica como por el público tras el éxito de la primera temporada, ha resultado ser una de las más controvertidas por considerarse excesivo el uso de la violencia y la crueldad.

En mi opinión, quedarse con esa imagen es una vía excesivamente fácil que además conduce a la pérdida de oportunidad de disfrutar de una serie exquisita. Considerando la cantidad de matices que se entrelazan en la serie y lo alejada que está de la habitual “violencia gratuita” que consumimos casi diariamente, probablemente el problema sea que algunas de estas cruentas escenas nos parezcan muchos más fáciles de trasladar a nuestra realidad.

Por otra parte, podemos observar que a lo largo de toda la temporada se mantienen ciertas ideas comunes a todos los personajes. Como es el hecho de la recuperación de la identidad, reflejada en la empoderante escena del supermercado donde las criadas se presentan a modo de cadena en “After” o la constante y tiránica necesidad de mantener los juegos de poder del matrimonio Waterford, al precio que sea necesario. La propia June lucha constantemente contra su alter ego Offred para poder mantenerla, incluso tras la maquiavélica manipulación de Tía Lydia mediante el sentimiento de culpa.

«‘The Handmaid’s Tale’ una serie, como ya hemos mencionado, profundamente plagada de matices que no siempre se muestran de manera directa». 

Al igual que en la primera temporada, son constantes las retrospectivas a las vidas pasadas de los protagonistas, Emily (Alexis Bledel) nos enseña las primeras medidas represoras contra el colectivo LGTBI; June (Elisabeth Moss) nos traslada a su infancia, donde las feministas de la segunda ola irrumpieron con las manifestaciones previas a la pérdida de derechos. Precisamente, con la introducción de la figura de Holly (Cherry Jones), la madre de June, donde mejor podemos encontrar similitudes con el escenario actual. Mientras Holly reivindica constantemente la necesidad de luchar y romper ciertas barreras, June responde con un conformismo pasmoso, manteniéndose ajena a las primeras señales de alarma. Un conformismo que, por otra parte, sería la principal ventaja con la que contaron los fanáticos de Gilead.

 

Otra de las principales novedades de la temporada es la materialización de la figura de la “econogente”, la clase baja de la República de Gilead, sometida a las mismas normas dictatoriales. De este tipo de familia proviene una de las figuras claves, Edén (Sydney Sweeney), una adolescente que, pese a resultar el perfecto paradigma de la educación de Gilead, acaba demostrando que este modelo educativo-social, por llamarlo de alguna manera, tiene importantes fallas. 

Un quiebre que resulta inevitable y se vaticina en varios capítulos: el atentado de la segunda Ofglen en “First Blood”, la cierta relajación apreciada en las conversaciones de la encorsetada sociedad de Gilead, las luchas de poder en mismo gobierno, o la alianza entre Serena (Yvonne Strahovski) y June, forjada tras incumplir una de las normas más restrictivas de la dictadura.

Otro de los puntos clave de esta temporada es la inestable relación entre Serena y June, personajes que no sólo muestran una evolución lineal como hacían en la primera temporada, sino que abren un enorme abanico de matices donde podemos apreciar todas las contradicciones que supone esta evolución. Ambas se saben necesarias, no sólo por el embarazo de June, sino por su identidad como mujeres, víctimas, una voluntaria y otra no, de la brutalidad del sistema patriarcal de Gilgead. Porque, pese a todo, entre todas las mujeres de la serie (Rita, Janine, Serena, Emily, Moira o June) vemos, en mayor o menor medida, cierta solidaridad femenina que acabará convirtiéndose en el arma de doble filo de la República de Gilead.

El capítulo donde empieza la escalada de sucesos es “Smart Power”, donde la visita de los Waterford a Canadá resulta más que reveladora para el escenario internacional, e incluso para la propia Serena. Este episodio supone la plasmación más concreta de un sentimiento que es transversal a lo largo de la serie: la humillación, esta vez sufrida al otro lado del espejo.

«The Handmaid’s Tale» una serie, como ya hemos mencionado, profundamente plagada de matices que no siempre se muestran de manera directa. Los creadores han jugado con todos los recursos posibles, desde una cuidadísima estética iconográfica en la fotografía (imposible olvidar ninguna de las pomposas y crueles ceremonias de Gilead) pasando por la selección de la banda sonora. «¡Go!” de Santigold es un claro ejemplo del himno revolucionario de la resistencia, hasta llegar a las múltiples referencias de la cultura pop que nos permiten identificarnos en el mundo inmediatamente previo al golpe de Estado.

Un gran incendio marca el final de la temporada, tras seguir el rastro, a modo de presagio, de una constante presencia del fuego en la mayoría de capítulos. Momento donde se destapa en su máximo esplendor ese entramado de solidaridad femenina que hemos mencionado hace unas líneas. Se trata de un final que, como la propia protagonista, produce en quien lo ve un gran conflicto interior. Aún así, estamos prácticamente convencidas de que, mientras esperamos la tercera temporada de The Handmaid’s Tale, nuestro fuego no hará más que avivarse.

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