Grupo: Bart Davenport
Sala: Matisse

Después del más que entrañable espectáculo ofrecido por Bart Davenport en la noche de ayer tengo una cosa muy clara: Me han entrado unas ganas incontenibles de casarme en una playa perfecta al atardecer mientras el de California ocupa un pequeño escenario y todo el mundo acaba desnudo en el mar.

Es un sueño cursi y naif, pero maravilloso. Eso es exactamente lo que destila el señor Davenport:  atmósferas rosáceas, gelatinosas en algunos pasajes, quizá incluso en el límite de la vergüenza más allá del espejo del baño.
Y lo destila de manera tan natural y espontánea que es imposible resistirse a los nuevos vientos brasileros que vienen izando sus velas recientemente.

Acertada decisión la de la sala Matisse a la hora de disponer de su espacio como un mini cabaret, ya que el modus essendi del americano es un enmarañado puzle de influencias vintage nunca sobrepasando la gloriosa era para el trovador moderno que fueron los ‘60 y ‘70.
 
Claras raíces en James Taylor (en su faceta menos fofa), Jonathan Richman, Christopher Cross y demás viejos héroes, combinadas con ese aire crooner cabroncete pero encantador que en la actualidad practica como nadie Adam Green. Seguramente debía estar en alguna ventana  cercana cuando Holly Golightly entonaba aquel Moonriver, pero también en las farras de Copacabana con Vinicius de Moraes y compañía.
 
Desgranó varias de las piezas que componen su más reciente trabajo Searching for Bart Davenport,un trabajo íntegro de versiones que le han acompañado espiritual y presencialmente en multitud de actuaciones, mostrándose absolutamente magistral en el cambio de todos los registros vocales y estilos melódicos con los que jugó, a solas con sus dos guitarras, cobre y nylon.

Desde David Byrne hasta Caetano Veloso pasando por Kings of Convenience, entre otros, así como referencias su piedra angular Palaces, y en definitiva, a todo lo que el público le pidió que entonara.
 
Hubiéramos permanecido allí toda la noche, embelesados, esperando el momento de comenzar a lanzar la ropa al viento y sumergirnos en el Mediterráneo.

Fotos: Eva Hernández

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