Grupo: Celtas Cortos
Sala: Joy Eslava

Conciertos así hacen que caigas en la cuenta de que no hay edad para saber cómo sentirse vivo, que las claves de la eterna juventud caben perfectamente dentro de una canción y que Celtas Cortos andan sobrados de lo uno y de lo otro.

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Vinieron el pasado jueves a la Joy Eslava, de hecho, frente a las puertas de esta sala, había una cola infinita de seguidores cuyas camisetas rezaban el nombre de la banda, sus giras, dibujos, un público con orejas curtidas de haberles escuchado durante los ochenta y en adelante.

La sala estaba llenísima, de los tres pisos que la forman se asomaban cabecitas que esperaban impacientes. De repente salió al escenario Vaquero, cómico de profesión y seguidor de Celtas Cortos en sus ratos libres. Dijo cuatro bromas y terminó presentando a los músicos apuntando que ellos eran los creadores del himno de su generación.

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Batería, cantante, guitarrista, trompetista, flautista, bajista, violinista, etcétera, estaban a sus puestos. El cantante Jesús ”Cifu” salió sonriente y esa curva en su boca se mantuvo hasta el final del directo, estaban agradecidísimos de estar allí. Haz Turismo empezó a sonar, luego Y después, ¿qué?, también Tranquilo majete. Y entonces, como espectadora, me encontraba totalmente involucrada en todo lo que estaba pasando, la música celta me resultaba súper atractiva, el público se sabía las letras más que el DNI propio y, cuando el ambiente estaba en su punto de ebullición, unas bailarinas salieron al escenario bailando las melodías que se sucedían.

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Las intervenciones entre canción y canción también fueron entretenidas. El cantante tenía la voz cantante, valga la redundancia, habló de política, de anécdotas que encierran sus canciones, de muchas cosas. Anunció la intervención de invitados como María Rozalén, con la que cantó 20 de abril mientras los presentes nos dejábamos las cuerdas vocales. Al poco dijo que la cabaña del Turmo sí que existe, que está en el Pirineo aragonés, cuyo acceso sólo es posible a pie.

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Llegado el momento de los bises, el violinista se marcó un solo de padre y muy señor mío, únicamente se escuchaba lo que él tocaba, una melodía pausada, que se sucedía con cuidado, su ejecutor medía cada segundo con los ojos cerrados mientras hipnotizaba a los presentes.

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Cerraron con Cuéntame un cuento y todos despertamos del hechizo. De nuevo bailes, flautas, gritos, folk y rock. Desde luego, fue un concierto para el recuerdo, en el que unos músicos nos enseñaron a sacar el lado bueno de las cosas, a disfrutar porque sí, a tocar instrumentos y mezclarlos con ingenio, a sonreír.

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