Grupo: Rubén Blades
Sala: Jardines de Viveros

Mientras el FIB cerraba su edición de 2012 –el cartel más Manchester hasta la fecha-, con los restos humeantes de New Order –a la deriva sin Peter Hook– haciendo aguas en su pretendida intención de seguir encarnando la modernidad de su época dorada; unos kilómetros más abajo, Rubén Blades abría su recital de Viveros con una banda de catorce músicos demostrando lo imperecedero de su propuesta y revisitando con vigor un puñado de clásicos que encandilaron a sus fieles –y no tanto- durante dos horas y media.

Un amigo bromeaba el otro día tachando de boutade mi asistencia al evento, ante la coincidencia con el festival de festivales en Benicassim. La verdadera boutade es ir al FIB a día de hoy, con su circo de atracciones de feria y su cartel de M80.

Pero centrémonos en el bolo, que se me va el santo al cielo: sonaron todos los rompepistas, su iniciático “Pablo Pueblo”, la mordaz diatriba contra la superficialidad que es “Plástico” o la anti-imperialista “Tiburón”.

Hubo recuerdos para García Márquez, anecdotario y reflexión política. Blades ejerció de story-telling entre canción y canción –no en vano la gira se llama Cantos y Cuentos– y nos llevó de viaje por la América Latina de su juventud salpimentando su discurso de vigentes mamporros al establishment.

Un fanzine valenciano cuyo nombre no quiero mencionar, cerraba su crónica de este mismo concierto, aludiendo a que la banda arrancó «Pedro Navaja» “con los primeros acordes de Thriller de Michael Jackson”, como si fuese un guiño a este último. O no había escuchado el disco de Siembra antes, o no oyó a Ruben Blades in situ soltando la colleja preceptiva a Quincy Jones –productor del susodicho-, o bien carece de perspectiva histórica. A lo mejor todos. El sonado saqueo fue precisamente a Rubén Blades, y no al revés. Actitudes como esta son las que relegan la salsa a un segundo término, considerándola un inofensivo juguete de pachanga, y no un elemento de cohesión de la clase obrera que trasciende fronteras. Escuchar a Blades invocando a sus seguidores se comprende fácilmente. Panamá ¡Presente! Cuba ¡Presente! Costa Rica ¡Presente! Perú ¡Presente!… Ese miedo, precisamente, es el que ha redefinido el género aprisionándolo en producciones vacías a lo Emilio Estefan y despojándolo de la dignidad que connaisseurs como Blades le dieron en sus años de esplendor. Los años en que el sello Fania no tenía nada que envidiar a la Motown.

Y para concluir un consejo que dedicó a los asistentes antes de abandonar el escenario entre vítores y aplausos, y que bien podría aplicarse a la dramática situación laboral de nuestro país, y los cada vez más frecuentes envites al trabajador: “Conserven su dignidad… A CUALQUIER PRECIO”.

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