Grupo: Teenage Fanclub
Sala: El Loco

Miércoles 1 de diciembre de 2010. Una fría noche de invierno que será para algunos (sobre todo los nacidos en los 70) fecha inolvidable. Quizá objetivamente no fue para tanto, pero los conciertos se valoran por sensaciones, por emotividad ambiental, por entrega, por magia contextualizada…y de todo eso, la actuación de los de Glasgow, fue sobrada.

Desde que bajo de la furgoneta, Norman Blake ya lucía característica sonrisa. La simpatía de este hombre es directamente proporcional a la sensibilidad que demuestra al acariciar la guitarra. De los hieráticos Raymond McGinley y Gerard Love diremos lo contrario: que su simpatía es inversamente proporcional al mimo con el que tratan sus instrumentos. El caso que es que pasadas las 23 horas, subían al escenario de una abarrotada sala El Loco. Batería y otro miembro que alternaba teclados y guitarras completaban la banda.

Las primeras filas, en lugar de estar ocupadas por enloquecidas veinteañeras, las poblaban talluditos treintañeros no menos chiflados . Tendrían que verlos brincar cuando el grupo decidió desempolvar algunos de sus imperecederos clásicos. “The Concept”, “‘It’s all in my mind”, “Your love is the place where I come from”, “Star sign”, “Aint that enough”, “Sparky´s dream” o “Everything flows” se reafirmaron como obras maestras de pop perfeccionista y sin estridencias. Entre el desenfreno, uno cerraba los ojos y notaba el poder curativo de las apolíneas guitarras.

Pero las canciones citadas eran apuestas seguras; no cabía duda de cómo serían recibidas. El asunto estribaba en comprobar la eficacia de las nuevas canciones en vivo. Las vacilaciones con respecto a la calidad de Shadows ya estaban disipadas y fue rozar “Sometimes I don´t need to belive in anything” para enamorarse de ella y convencerse de que un rasgueo de cuerdas y unos coros son suficientes para creer. “The past”, “When I still have thee” y “Baby Lee” son maravillas del catecismo indie que cualquiera aspirante a feligrés del pop debe escuchar y que en directo fueron a misa.

Y así, presos de ese sonido limpio, monótono e inalterable que es influencia viva de tantos y tantos, volvimos a caminar hacia la luz que irradiaban las precisas guitarras de los escoceses. Un bis y, a pesar de la petición de otro, basta. Se agradeció, qué quieren que les diga, la exquisitez de Teenage Fanclub (lo sé por experiencia) puede ser cansina si se abusa. Ya les digo, para algunos, inolvidable.

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