Grupo: King Gizzard & The Lizard Wizard
Sello: ATO Records
Año: 2016

Australia, Patria querida. Por todos es sabido que, sobre todo en estos años recientes, el florecimiento de nuevas bandas que beben de la psicodelia y de la experimentación es constante en el país de los koalas, los aborígenes y la tierra roja. A la cabeza se nos vienen, de primeras, propuestas de calibre internacional como Tame Impala, Pond o Royal Headache. Y en un ámbito (todavía) algo más underground se sitúa King Gizzard & The Lizard Wizard.

Estos entrañables aussies consolidaron su precoz carrera musical con el excelso “I’m In Your Mind Fuzz” que publicaron en 2014, un álbum que mezclaba la psicodelia, la diversión y, vaya, el fuzz. Habiendo lanzado ya ocho largos desde que debutaran en 2012, “Nonagon Infinity” camina por el mismo sendero que todos sus predecesores.

La puesta en escena, con tres guitarras, dos baterías, bajo, teclados, sitar, órgano y harmónica, es digna de una música excesiva, y no defrauda en ese aspecto. “Nonagon Infinity” es, como “Paper Mâché Dream Balloon”, “Quarters” o el mencionado “I’m In Your Mind Fuzz”, una auténtica jam, ya que los mismos integrantes reconocen que sus canciones se componen con algún fraseo a partir del cual todos los miembros improvisan el resto. En esta nueva referencia se vuelve a recurrir al enlace entre los temas, característico de anteriores trabajos y que sumerge al oyente en una atmósfera de la que no se libera hasta el final del disco.

“Nonagon Infinity” tiene canciones de todos los colores. Nos transporta desde la dureza setentera de Black Sabbath hasta el garage psicodélico de hoy en día, con exponentes como Ty Segall y sus subgrupos o Thee Oh Sees; pasando por el kraut y la experimentación. Temas como “Robot Stop”, “Gamma Knife” o “People-Vultures”, además de inducir al pogo, contienen momentos de locura pedalera que podrían llevar perfectamente la etiqueta de denominación de origen. El pop de órgano hace su aparición en “Mr. Beat”, mientras que los sonidos jazzeros y tropicales se muestran en “Invisible Face”, que es una transición hacia “Wah Wah”, canción que parece una parodia de sí misma; y “Road Train”, un alegato rockanrolero algo indígena.

Carlos Ortigosa Arnau

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