Puple Rain, la intuición del PríncipeRevisión del célebre álbum de Prince en el 32º aniversario de su lanzamientoMarcos Oteiza 7 julio, 2016 Grupo: PrinceSello: Warner Bros Records Año: 1984 El Prince de la década de los 80 es un individuo fascinante. Totalmente integrado en el establishment, ha nacido y respirado la cultura pop norteamericana y forma parte de ella. Como ídolo de masas, aúna todos los «vicios» normalmente asociados a la figura, y es imposible negar que algo en él tiene mucho de producto. No cuenta con un gran discurso, ni plantea nada revolucionario; y, sin embargo, dentro de ese ecosistema de cartón-piedra Prince es un artista casi ilimitado, un genio en lo musical y compositivo, y sobre todo un ser humano dolorosamente sincero. Es posible -y natural- compadecerse de su ingenuidad y al mismo tiempo admirar su maestría. Purple Rain, de 1984, es su obra más celebrada, y la que le lanzó definitivamente al estrellato. El propio Prince era consciente del éxito que iba a cosechar y es algo que se puede apreciar en el tono celebratorio del disco, y en versos como «might not know it now, but baby, I’m a star«. El conjunto es algo parecido a una ópera rock -en realidad es la banda sonora a la película del mismo nombre, protagonizada por el músico, pero el disco funciona individualmente, y de hecho supera sin esfuerzo la versión cinematográfica-, con canciones episódicas que siguen la figura de The Kid, un aspirante a estrella de rock. Guarda muchas similitudes con The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars, el clásico de David Bowie, aunque las ideas y el contenido discursivo de Purple Rain son mucho más dispersas, con un Prince que a veces parece no tener demasiado claro qué está diciendo, pero que sin duda tiene la intuición. Y desde esa perspectiva no sólo funciona sino que enriquece la obra. Porque el disco, enmascarado en una historia de éxito contemporánea dentro de los límites del imaginario colectivo ochentero (discotecas, fiestas, conciertos…), es una exploración de la fe, la espiritualidad y el cristianismo, en relación con uno mismo, con los seres amados, y, en el caso de Prince, también con su público. El último corte, que da título al álbum, es en realidad una coda, fuera de la diégesis del resto de canciones. Sirve un propósito parecido al de A Day In The Life en Sgt. Peppers Lonely Hearts’ Club Band, pero mientras la canción de John Lennon era una bofetada trágica y solemne para despertar al oyente de la fantasía carnavalesca del disco, Purple Rain hace de compendio temático y emocional del resto del disco, sin negar los anteriores temas*. El resto del disco, pues, sigue la crisis espiritual, vital y sentimental del protagonista. Prince es un acérrimo creyente, y una constante a lo largo de su carrera es la relación Dios-Sexo, que alcanza su máxima representación en Lovesexy (evidente desde el título). Hay tres canciones en particular que abordan la dimensión religiosa del relato, y su disposición en el tracklist responde a una progresión en la situación del héroe. La primera es Let’s Go Crazy, que abre el disco. El primer sonido que oímos es el de un sintetizador que emula al órgano de una iglesia, y poco después arranca la voz, imitando el tono de una predicación eclesiástica: Queridos y queridas, nos hemos reunido aquí para superar esto que llamamos vida. (…) Estoy aquí para deciros: Hay algo más. El Más Allá. Un mundo de eterna felicidad donde siempre sale el sol, noche y día. (…) Pero en esta vida las cosas son mucho más duras que en el Más Allá. En esta vida, estás a tu suerte. Aquí Prince toma el papel de predicador, de pastor que guía al rebaño. Su respuesta a una vida gris e injusta es el rock, entendido como actitud contestataria ante lo establecido. El cantante invita a sus seguidores a volverse locos, a no dejarse amedrentar. La canción se acomoda a este mensaje con un ritmo desbocado y un riff de guitarra grueso pero lúdico. Es el número más desenfadado del disco, que progresivamente entrará en terrenos más oscuros. La autoestima de The Kid se encuentra en su punto álgido, y es esto, junto a su afán aleccionador (no es consciente de estar subordinando su felicidad a las expectativas ajenas), una de las semillas de su posterior conflicto y crisis de valores. El amor irrumpe en las siguientes canciones. Un breve idilio romántico (Take Me With U) da paso a las dudas, las infidelidades y los celos. El alter-ego de Prince entra en una espiral destructiva, y después de una mirada reflexiva al pasado y su condición cíclica en When Doves Cry, éste toca fondo. La segunda canción del tríptico espiritual, y la más significativa es I Would Die 4 U. The Kid tiene un momento de revelación que desemboca en catarsis: la solución se encuentra en Dios. Prince renuncia a la posición mesiánica que lucía en Let’s Go Crazy para abrazar un nuevo tipo de mesianismo, que reniega de posiciones de poder y de liderazgos. El amor y la devoción al prójimo, sin condiciones. Simbólicamente, se deshace de sus limitaciones orgánicas e individuales («I’m not a woman, I’m not a man; I’m something that you’ll never understand») para convertirse en pura materia espiritual, puro contenido emocional («I’m not a human, I’m a dove. I’m your conscious, I’m love»). Musicalmente, el paisaje sonoro de sintetizadores y sonidos procesados refuerza la idea de inmaterialidad, de estar suspendido en el aire. Resueltos sus conflictos personales, Prince vuelve a bajar a la Tierra y acaba el viaje con Baby I’m A Star. De alguna forma parece haber aprendido que no puede pretender aleccionar a nadie, y que el único sobre el que tiene poder y capacidad de decisión es sobre sí mismo. Su respuesta es pues «ser una estrella, aunque aún no lo sepas«. Liberado de la dependencia por su público, se tira de cabeza a un individualismo que, fuera de la narrativa del disco, le llevó a un estado de aislamiento y a encerrarse en su casa-estudio Paisley Park como un ermitaño, para dedicar todo su tiempo y esfuerzo a su música y a su imagen. Y es obvio que este problema se agravó con el tiempo. Su timidez y su ansia de reconocimiento eran factores que determinaron su carrera y su vida, fuerzas antagonistas en constante lucha. Por una parte, fue alguien con una determinación tan grande que era capaz de enfrentarse a su discográfica y renunciar a su propio nombre para poder seguir publicando su música. Por otra, era alguien tan susceptible que sucumbió a las falsas promesas, y algunos vecinos de su Minnesota natal cuentan cómo el mismísimo Prince aparecía en las puertas de su casa para hablarles de las virtudes de los testigos de Jehová. Prince fue una figura increíblemente contradictoria. El valor de Purple Rain no es sólo musical, sirve también como radiografía profética de la naturaleza de un artista y un ser humano. En este disco está todo lo que hace a Prince infinitamente fascinante: un ser que era al mismo tiempo deidad y plebeyo. Un líder y un coloso, pero también una de las personas más vulnerables que he podido conocer. Un genio, con toda la gloria y la miseria que eso significa. *Aunque podría argumentarse que Purple Rain es la powerballad posmoderna que, mediante el paroxismo y la burla, dota a la canción de autoconciencia crítica, pero eso es otro tema. Por Marcos Oteiza. 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