Hace unos días tropecé en Facebook, entre decenas de publicaciones intrascendentes, con una reflexión que me pareció muy interesante. Sí, el caralibro a veces sirve para cosas con sustancia. Era de un músico al que admiro, que generalmente sugiere ideas dignas de ser escuchadas.

Recordaba cómo no hace tanto tiempo era posible escuchar en Barcelona, ciudad en la que reside, por ejemplo, a grupos como Radiohead o Sigur Ros, repartidos en diferentes salas de la ciudad a lo largo del año. Un consumo de música en el que te daba tiempo a degustar, paladear y digerir momentos especiales a lo largo de los meses. Espacios en los que se reunían los seguidores de estos grupos, que en la oscuridad de una sala vibraban y se emocionaban de manera ceremoniosa. Añadía que ahora, con el macrofestival Primavera Sound -del que recalcaba que no tenía nada en contra- ése consumo de música había cambiado radicalmente.

Todos los que hemos asistido a un festival de estas características sabemos de lo complicado que resulta en ocasiones, en un ambiente más festivo que cultural, escuchar música en condiciones.

Una de las experiencias más frustrantes que he vivido como espectador fue durante el concierto que Sigur Ros dio en el Dcode Festival hace unos años. ¡Parecía que (a casi) nadie de los allí presentes les interesara lo más mínimo lo que la banda estaba haciendo sobre el escenario! Había muchísima gente hablando. Les pregunté a unos chicos que estaban a mi lado, que no pararon en todo el concierto de hablar, que si no les interesaba el concierto, como estaban demostrando, por qué no se iban a la parte de detrás a hablar. Se medio disculparon con un gesto de absoluta extrañeza por la ‘locura’ que les estaba comentando, para al rato seguir hablando como si nada hubiera ocurrido. Decidí acercarme a las primeras filas ya que suponía, allí estarían los seguidores más fieles de la banda y se podría escuchar mejor el concierto. Mi sorpresa fue cuando me di cuenta que incluso en esa zona la gente no paraba de hablar. Hasta vi a un músico relativamente conocido pasando literalmente del concierto, ‘liándola parda’.

Aquella noche comprendí que salvo excepciones, en un festival tan grande no puedes ir a escuchar música como si fueras a una sala, y que debes tener muy claro todo lo que entra en el ‘pack’. Lo bueno y lo malo, porque obviamente también tiene cosas positivas. También es cierto que la gente es muy maleducada, en general, en los conciertos, y que el hábito de hablar se está extendiendo entre las salas, lo que me produce mucha tristeza.

Volviendo al inicio: también sabemos que en un festival vas a ver a tus artistas favoritos, por lo general, de lejos, después de muchas horas de cansancio acumulado. Se van a solapar actuaciones en las mismas horas, que los setlist de los artistas son más cortos y están adaptados al entorno festivo, que vas a tener que digerir muchos shows en muy poco tiempo, etc.

Comentaba este músico que la tendencia es que todos los artistas alternativos internacionales que antes pisaban ‘sala’ o pabellón ahora vayan directa y exclusivamente al Primavera Sound, con todo lo que ello conlleva. Y por ello prefiere irse a ver a Radiohead a Berlín o Francia antes que gastarse casi 200 euros en el festival. Las dos opciones son válidas pero es triste ver, cómo pasa también en otras industrias, que el consumo masivo y el negocio marcan los espectáculos cada vez más. Como siempre, con nuestras decisiones y compras contribuimos a que un modelo determinado se consolide. Que nuestras decisiones como conjunto de una sociedad nos lleven a donde nos tengan que llevar, pero al menos seamos conscientes de hacia dónde vamos.

@yeraysoy

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