Rodrigo Peiretti: Acordes con sabor a mateAixa Valiente 22 noviembre, 2016 Acabo de degustar un delicioso asado argentino cortesía de una buena amiga y estoy acompañada de más amigos y como no, de mi chico. Nos contamos que la vida nos va bien y el ambiente es divertido, me gusta entender la mirada de la persona que tengo al lado y las reuniones que no tienen fin, esas siempre son las mejores. La cumpleañera en cuestión nos adelanta que dentro de un rato vendrá un amigo recién aterrizado en Valencia con vuelo directo desde Argentina, su guitarra a la espalda y la reserva de una habitación de hostel. En efecto, el tal Rodrigo no tarda en aparecer, saluda con efusividad y alegría a la anfitriona de la celebración que hace el siempre incómodo trabajo de presentar al resto de amigos, Rodrigo se sienta aliviado en la silla después de haber pasado tres paradas de metro y retroceder en el camino; nos cuenta que ha venido a España casi con lo puesto y con la intención de que alguien le de una oportunidad; él, que hasta ahora se dedicaba a vender instrumentos musicales para pagar alguna factura que otra y en definitiva, sobrevivir. Siempre me ha llamado la atención el punto de vista que tienen los argentinos de la vida, la idea de “bancar a muerte” todo lo que hacen aunque nada más verlo piense: “Te deseo suerte porque la vas a necesitar”. Desde bien pequeño su padre, compositor y músico, le inculcó el gusto por ir más allá de parafrasear una letras y maquillarla con una melodía pegadiza, según me cuenta el propio Rodrigo: “Mi padre se encargó de que sienta la música como una forma de expresión y de vida”, sin duda, una declaración de intenciones repleta de sentido. Hace buena tarde y salimos a la terraza, los argentinos con su inseparable mate -acabaron con las reservas de yerba que tenían en casa- y el resto sin querer mirar el reloj y es que cuando se está tan bien vale la pena pararlo. Entre risas y alguna que otra reflexión, la anfitriona le pide a Rodrigo que coja la guitarra y nos toque alguna canción, no se lo piensa y ahí va, decidido a deleitarnos con su música desenfundando su guitarra que tanto sudor le había costado y un libreto de treinta canciones escritas a mano, suenan los primeros acordes y se hace el silencio, está atardeciendo y la escena parece sacada de una película de idilio con la vida. Me paro a pensar en la letra que estoy escuchando y me pregunto si seguirá alguna especie de rito para componer, él me cuenta que sus canciones relatan situaciones e historias, sentimientos que pueden ser propios o ajenos y que desde su punto de vista merecen ser contados en este caso en clave musical: “Poder exteriorizar cosas que nos pasan o poder contarlas desde un nuevo lugar hacen que sea más fácil de plasmarlo en un papel para lograr ponerle su respectiva música. En mi caso considero a la letra como el dibujo y a la música como los colores; el mensaje se vuelve más claro, más nítido, con vida, con profundidad”. Debo reconocer que en ocasiones la intensidad de los músicos me abruma pero cuando una canción cuenta una verdad no puedo hacer otra cosa que disfrutar, más allá de mi gusto, de los estilos y referentes que parecen tener tanta importancia en esta industria musical tan cambiante e injusta, ojalá más músicos auténticos y menos “quiero ser como…”, al hilo de esto Peiretti me cuenta que personalmente y con el paso del tiempo ha logrado nutrirse de diferentes estilos musicales que viajan desde su tierra natal hasta referencias internacionales, sin prejuicios y recopilando información que lo mismo provenía de buenos amigos como de los peores tugurios de la tierra del tango, elementos que se quedan en la retina y que quién sabe si pasarán a convertirse en canciones. Llega la hora de marcharnos y suena la última canción, y me vuelvo a preguntar como alguien puede ser capaz de abandonar su vida en busca de un sueño, el estandarte de la utopia más dolorosa, sin embargo el músico argentino me dice que su vida sigue siendo la misma pero que por fin ha tomado el cauce que tanto tiempo llevaba buscando: “Tuve que juntar coraje y tomar decisiones radicales ya que es un salto difícil de dar. Y no se trata de no tener miedo, sino de que el miedo no nos impida hacer lo que queremos y sentimos hacer. Tener como base la convicción y poner el esfuerzo y la pasión que los sueños se merecen para hacerlos realidad”. Reconozco que me acaba de callar y me alegra, admiro a la gente valiente que apuesta el todo por el todo sin esperar nada cambio, el “concierto” acaba y nos vamos con un chute de energía, algún kilo de más entre carne, dulce de leche y tarta de manzana recién hecha pero con el placer de haber sido testigos de un momento genial con amigos, de valorar el momento y ensalzar el Carpe Diem. Le deseo suerte a Rodrigo y le digo que voy a contar su historia, me lo agradece y me recuerda que al final, la música cuenta todo aquello que no sabemos decir con palabras. Por mi parte, espero que estas palabras sirvan para dar a conocer el talento de alguien cuyas expectativas no son otras que estar a la altura de las circunstancias. Así que sin más, suerte y larga vida a tu música, tu guitarra y tu mate. 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