Como dijo Karl Marx, “eso de comprar discos está muy bonito, pero cuidao no os engañen, hombre”.

Esta cita del laureado filósofo alemán, del cual sólo sé que tenía unos hermanos muy graciosos, resume muy bien el transcurso de la última semana y la llegada, como cada tercer sábado de abril, del Record Store Day. El día de las tiendas de discos (independientes) consiste en que, un día al año -desde 2008-, un buen puñado de grupos y discográficas ponen a la venta LPs, sencillos, remasterizaciones y, sobre todo, ediciones especiales (por ejemplo: la edición limitada con las fotos desnuda de la abuela del batería de este grupo de glam rock de los 70 o el doble LP pintado de rosa fucsia y con restos de farlopa de aquella banda de garage punk de los 80), hecho del que, eso sí, se benefician esos negocios tan incomprendidos y desdeñados como necesarios.

Puestos a entrar en el berenjenal de las minas antipersona, critiquemos la fiebre del vinilo. Les habla la voz de la inexperiencia, y es de recibo recordar que (quizá J.D. Salinger estaría de acuerdo en que) la postadolescencia es una época marcada por la doble moral, la indecisión y a la vez la radicalidad. Pues bien, el que escribe estas amontonadas líneas opina que el vinilo está muy bien si se concibe como un simple ejercicio de estilo, como parte de la postura ya no sólo del grupo en cuestión, sino del comprador. Todo lo que no sea eso, es decir, los argumentos del mejor sonido, la rentabilidad de comprar vinilos o el espacio para almacenarlos disipa cualquier duda en favor del inexperto. Lo de pagar o no por la música es ya otro tema, aunque parece ser que la doble moral no es solo un rasgo de la postadolescencia.

Pero el problema es el cóctel en el que nos vemos inmersos en estos días, una mezcla de coleccionismo (del rancio) y consumismo desatado; la música como mero accesorio decorativo y no como instrumento para la experimentación de sensaciones y, ¡narices!, de diversión. Veteranos del panorama musical, esto es una exhortación: no sirve de nada adoptar la actitud manriqueña del “cualquier tiempo pasado fue mejor” y cargar contra las nuevas ondas que nos trae la industria si, en su lugar, se siguen manteniendo unos antediluvianos y obtusos preceptos -casi siempre basados en simples prejuicios, como el de odiar de forma sistemática todo aquello que tenga que ver con un ordenador-. Quizá lanzar un single de hace diez años en formato de cassette no le hace a uno tan romántico.

Pero volviendo al Record Store Day, no estaría de más romper alguna que otra lanza a su favor, como la iniciativa de extender la música en directo a las tiendas de discos, un espectáculo que sin duda debería repetirse como mínimo cada fin de semana. Alegren esas caras, al fin y al cabo la culpa de todo, además de tenerla Yoko Ono, la tienen los yanquis y su impuesto consumismo, como, por cierto, también diría ese tal Karl Marx si viviera en nuestros días.

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