“¿Cuál es tu documental favorito?”

Fue así cómo se generó la primera intermisión de la noche. Un grupo de amigos, colegas y conocidos, algunos menos cinéfilos que otros, charlábamos sobre las mejores películas y series que Netflix nos había ofrecido hasta entonces. El posterior y breve silencio que acompañó mi pregunta dejaba en evidencia dos cosas. La primera fue el pegadizo “Celebration”  de Kool & The Gang que reinaba en aquel céntrico y abarrotado bar madrileño. La segunda, y más importante, era el poco cariño mediático del que goza un género tan sustancial como el cine documental, cuya naturaleza tradicionalmente académica y poco evasiva lo ha relegado a nichos tan exclusivos como filmotecas, festivales de cine, temáticos canales de televisión o los cada vez más extintos videoclubs.

Fueron tan solo segundos lo que tomó dar con la primera respuesta: “Making a Murderer” (2015), una miniserie documental que relata las idas y venidas judiciales de Steven Avery, quien luego de 18 años en prisión fue absuelto de un crimen que  no cometió, solo para, tiempo después, ser inculpado de otro similar.

Cuatro Premios Emmy y un espectacular 96% en la escala del Rotten Tomatoes hicieron de esta la producción más popular de Netflix por aquel entonces, canalizando la mirada de sus suscriptores hacia otros títulos de su parrilla documental, tales como “The Square” (2013), “Virunga” (2014) y “What Happened, Miss Simone?” (2015), todas producidas por Netflix y nominadas a un Óscar en sus respectivos años. El mensaje era muy claro: si quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo.

Y tal vez era eso lo que pasaba por la cabeza del director Bryan Fogel y el productor Dan Cogan mientras recogían el Óscar a Mejor Largometraje Documental ganado por “Icarus” (2017) en la última edición de la tradicional ceremonia estadounidense, siendo la primera vez que tan ansiado galardón pasa a manos de una producción original de Netflix. En ella vemos cómo Fogel, confeso admirador de Lance Armstrong, se inscribe a una competencia amateur de ciclismo para demostrar, mediante un riguroso uso de anabolizantes y demás químicos, las grietas y vulnerabilidades existentes en las pruebas antidopaje. Para tan compleja tarea, cuenta con la recomendada y desinteresada ayuda de Grigori Rodchenkov, por aquel entonces director del Centro Antidopaje de Moscú. La pregunta cae de madura ¿por qué alguien que dirige uno de los laboratorio más avanzados del mundo se prestaría para tan arriesgado y complejo experimento?

Mientras ustedes, lectores atómicos, piensan (o buscan) la respuesta, les dejo cuatro títulos que, si bien no han tenido el mismo éxito y repercusión que los mencionados en anteriores párrafos, llevan consigo una serie de elementos que los hacen merecedores de una concienzuda atención.

“DEBAJO DEL MAR ES DONDE PAPÁ Y MAMÁ ME ENSEÑARON A VOLAR”

Presentada en el Madrid Surf Film Festival 2017, Given” (2016) es una exquisita mirada al mundo bajo la perspectiva de un niño de seis años, con toda la libertad y fantasía que ello implica. Acompañado por sus padres y su pequeño hermano, nuestro protagonista recorre quince países, descubriendo y disfrutando de tan diversas y artesanales experiencias como obtener caucho de los árboles (Tailandia), extraer sal de las montañas (Perú) o fabricar tambores senegaleses.

La estética de las imágenes y el ritmo de la narración son los puntos fuertes de este documental, una historia sobre la familia y la importancia de cuidar el legado que en ella reside.

“SI VAMOS A CAMBIAR EL MUNDO, ES LÓGICO ARRIESGAR ALGO”

La crudeza de sus imágenes, la riqueza dramática de su narrativa y el inmenso valor de su mensaje son algunos de los elementos que convierten a How to change the world” (2015) en una  las piezas documentales más emotivas que he visto jamás.

Retratando un 1971 donde, según Bob Hunter, uno de los protagonistas, “existió la mayor concentración de activistas en la historia”, estamos ante la leyenda de un grupo de ecologistas que partieron desde la canadiense Vancouver hacia la Isla Amchitka, Alaska, con el fin de protestar las pruebas nucleares que el infame gobierno de Richard Nixon planeaba llevar a cabo. Es así cómo lo que parecía un pequeño e insignificante motín, terminó siendo lo que ahora conocemos Greenpeace.

 

“!POR FAVOR, ANDY, TIENES QUE DARME LA OPORTUNIDAD DE TERMINAR LA PELÍCULA!”

Ver a una figura cinematográfica tan intocable como Milos Forman lidiar con el metódico retrato que Jim Carrey logró de Andy Kaufman para “Man on the Moon” (1999) es razón suficiente para disfrutar de Jim & Andy: The Great Beyond” (2017), cuyas imágenes muestran el proceso creativo de Carrey para meterse en la piel del excéntrico Kaufman, así como los efectos colaterales que esto generó en el reparto y equipo técnico de la película.

El material de archivo (que estuvo censurado por la distribuidora de la película, Universal, temiendo que la opinión pública “pensase que Jim Carrey era un subnormal”) se intercala con los comentarios, ya en el presente, del artista canadiense sobre las repercusiones profesionales, personales y espirituales que aquella experiencia tuvo en su vida.

“SENTÍ COMO UN FUERTE IMPACTO […] COMO SI ME HUBIERAN ELECTROCUTADO”
Claire, una joven estudiante universitaria, yace en medio del campus de la Universidad de Texas, en Austin, mirando a su alrededor sin saber lo que está sucediendo. Segundos después ve a su novio, Tom, caer a su lado, víctima de un disparo en la cabeza. Mientras siente y ve la sangre expandirse desde su espalda hasta el caliente asfalto, se toca el vientre con la esperanza de que el bebé que lleva ahí desde hace ocho meses siga con vida.

 

Tower” (2016) combina una eficaz animación rotoscópica con videos de archivo para retratar el terror que se vivió en la capital tejana un caluroso lunes 1º de agosto de 1966, cuando Charles Whitman, un ex-marine, subió a la torre central de la Universidad de Texas con un rifle de largo alcance y comenzó a disparar a quienes se cruzaban en su mira, llegando asesinar aquel día un total de 16 personas, entre ellas su madre y su mujer.

Narrada por testigos y sobrevivientes, “Tower” presenta un notable y evolutivo desarrollo, sumando diferentes puntos de vista de la tragedia hasta llegar a un emotivo clímax donde la banda sonora, el montaje y, especialmente, el sonido, consiguen algo que no tiene sentido describir, tan solo experimentar.

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