Director: Ridley Scott
Género: Drama - thriller

Resulta curioso que entre todas las definiciones que la RAE concede a “familia”, sea a partir de la cuarta donde exista cierta connotación emocional, refiriéndose a ella como un “conjunto de personas que comparten alguna condición, opinión o tendencia”, dejando para términos tan formales y tangibles como “linaje” o “descendencia” el podio semántico de tan importante unidad social. Es lógico entonces preguntarse si aquello que determina la interacción con nuestro entorno más cercano está sujeto a la razón antes que al sentimiento. Si lo que pensamos, decimos y hacemos con relación a nuestros padres y hermanos, por poner un ejemplo, debería pasar por un filtro cuantitativo para después, luego de analizar los pro y los contra, pasar al emocional.

Es ese el conflicto que define las principales ocurrencias de “Todo el dinero del mundo”, un thriller basado en hechos reales y dirigido por Ridley Scott, donde nos relata el secuestro de John Paul Getty III y la posterior negativa de su abuelo, el magnate petrolífero J. Paul Getty, en pagar el rescate. “Tengo 15 nietos. Si pagase el rescate de uno, seguramente los otros 14 también serían secuestrados”, fue la única declaración pública del empresario estadounidense sobre el suceso, incrédulo ante lo que consideraba una posible treta de su nieto por obtener una buena tajada de su fortuna, considerada en aquel entonces como una de las más grandes del planeta.

Confirmando que su etapa más prolífica es también la más irregular, Scott invierte los primeros minutos de la película, por ende, los nuestros, en relatar el secuestro de John y, a través de flashbacks, la endeble relación que alguna vez compartió con su adinerado abuelo. No suficiente con esta prescindible exposición, una voz en off relataba (¿a quién?) algunos datos y frases sobre la dinastía Getty, explicando el origen de su fortuna en imágenes bastante impresionantes a nivel estético, pero inoperantes en lo narrativo.

Pasada esta telefílmica presentación, encontramos los primeros réditos en el talento de Michelle Williams como Gail Harris, madre de John. “No soy una Getty. Tan solo me casé con uno”, remarca en cierto momento, con una entereza que en el transcurrir de los minutos se ve compensada por la calidez y vulnerabilidad implícitas en un personaje que atraviesa por sus difíciles circunstancias. Compartiendo esa virtud, tenemos en el J. Paul Getty de Christopher Plummer el retrato de un hombre cuyos más elementales impulsos están definidos por lo tangible y cuantificable, ya sea dinero, un famoso cuadro o alguna reliquia arqueológica, ya que para él los bienes materiales, a diferencia de las personas, “son exactamente lo que muestran en su exterior”.

La sólida interacción entre Williams y Plummer, aunque escasa, genera un legítimo interés en el devenir de la historia, incluso cuando esta alcanza sus puntos más bajos, muchos de ellos exclusivos de un fruncido y acartonado Mark Wahlberg como el negociador y ex agente de la CIA Fletcher Chase, contratado por Getty para recuperar a su nieto “al menor coste posible”. Su excesivo y poco capitalizado protagonismo, aunado a la inofensivo aporte de Charlie Plummer como el captivo John Paul Getty III, potenciaron la inverosimilitud de ciertas escenas y poco ayudaron al ya endeble guión que David Scarpa adaptó del libro “Painfully Rich: The Outrageous Fortunes and Misfortunes of the Heirs of J. Paul Getty”, escrito por John Pearson.

Célebre por razones ajenas a lo cinematográfico, “Todo el dinero del mundo” carece de estilo y se ampara en el trabajo de sus intérpretes para sopesar su industrial y redundante desarrollo, desperdiciando su riquísima fuente dramática para convertirla en uno más de los tantos relatos sobre el dinero como supresor de toda riqueza moral.

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