Grupo: Faraday 2011
Sala: Molí de Mar

Una mansión de mágica decadencia cubana a pie de playa. La primera impresión que uno se lleva del recinto del Faraday es superior, incluso, a la que contaban.

El sol luce en el azul firmamento, el mar se asuma en balcones blancos y pedir una cerveza o encaramarse a la primera fila de cualquiera de los dos escenarios es coser y cantar. Ya en la cola de entrada, te topas con Miqui Puig y te lo suelta en el idioma oficial (que no impuesto): “et trobes en el millor festival del món”. No sé si tanto pero ya tardábamos en venir y lo exquisito y aventurero del cartel fue la excusa que derramó el vaso.

+ VIERNES 1 de JULIO

Litoral en el escenario. Este grupo está pensado para actuar en eventos como éste. Sol, mar, coros, acústicas, violines, ukelele, Mediterráneo… ni apropósito es posible acomodar a la banda valencianoparlante en mejor hora. Fleet Foxes, Herman Düne y Serrat se mezclaron en el imaginario sonoro de estos hacedores de pop-folk sencillo y estimulante. Pau Roca (aunque sin mirar a los ojos) se siente cómodo y feliz en esta piel y lo transmite. Camisa de cuadros y pantalones cortos, luego nos cuenta que a las 4 de la mañana coge un tren porque al día siguiente actúa con La Habitación Roja.

Espanto actuaban a continuación en el escenario menor (literalmente a 1 minuto del mayor). Lo afilado de sus letras y la provocadora y simple puesta en escena no escondieron la languidez provocada que transmite el grupo. Guitarra eléctrica agradable, voz abúlica y bases electrónicas (por cierto fallaron en varias ocasiones) al servicio del verso depredador. Al final les he dedicado unas líneas y, sin quererlo, más positivas de lo premeditado.

Turno de Aias. Al parecer el grupo de moda y ya sabemos por qué. La energía buenrollista que desprenden estas tres chicas es directamente proporcional al morbo punk que provocan. Y no es gratuito mezclar lo carnal con lo sónico; es más bien inevitable. El trío mallorquín hizo gala de sus canciones nerviosas y sonrientes con el atardecer de testigo. No salvaron el mundo (ni lo pretendieron) pero nos lo hicieron pasar bien (y lo pretendieron) y hasta saxofón incorporaron en un alarde de originalidad.

Klaus& Kinski ya campaban en el escenario secundario. La verdad es que hay algo violentamente obsceno en el hieratismo de Marina. No sabría cómo explicarlo pero es tan desagradable que nos acabó convenciendo. La maraña instrumental del grupo murciano obtuvo su punto y uno no sabía si abofetearlos o bailar. Manolo (de Astrud e Hidrogensse) lo tenía claro y danzaba junto a nosotros. Hacia el final se tiraron hacia lo folklórico y hasta las palmeras les vinieron que ni pintadas. Ya era de noche.

Sin colas, por supuesto, nos comimos un Kebab con un poco de picante. No lo habíamos digerido, cuando nos dirigimos a una de las citas de la noche: The High Llamas. Como unos Beach Boys remansados, las guitarras, el xilófono, la percusión y las voces entraron en una consonancia cuasi mística. El pop y la bossa nova al servicio de canciones que nunca se desmadran y que si un defecto tuvieran sería su excesiva candidez. Al cerrar los ojos el sol volvía salir. Experiencia lumínica más que recomendable.

A The Bluetones, y no es una metáfora, los vimos de lejos. Estuvieron más que correctos, certeros. El halo británico del que impregnaron el lugar invitó a los primeros bailes, que ya tocaban. A los que parece que se les ha acabado la fiesta es a ellos que, tras quince años en la brecha, nos regalaban uno de sus últimos conciertos.

La expectación por ver a Polock era importante. Arrancaron con dudas pero Marc desde la batería pronto puso las cosas en su sitio. La banda, ya son muchos los kilómetros, está engrasada y a la elegancia de su pop electro-funk se fueron adhiriendo millones de matices instrumentales. Hasta los culturetas bailando y, por si a alguien le quedaban dudas, Alberto Díaz desde la mesa de sonido sentó cátedra y hacia la tercera canción aquello era imparable. Ver a un padre y un hijo dejándose la piel en primera fila fue un detalle tan emocionante que no puedo obviar. Sólo se dejaron “Faster Love” pero el concierto enamoró, por la vía rápida, a más de uno.

Habíamos venido, entro otras cosas, por ver a Za!… así que de la primera fila no nos iba mover ni dios. Brutal. Las voces no mintieron, esto hay que verlo. El rock experimental (rozando la improvisación) de este dúo catalán es una fiesta en toda regla. ¿Han probado el MDMA? Pues eso. Si le dan miedo las drogas de diseño eviten a este grupo que mezcló lo absurdo con lo lisérgico. Algo tan poético y violento que produce eyaculación cerebral. Prueben una chupadita.

Antes de recogernos fuimos a ver como Micky Puig, Kiko Amat y Miqui Otero se divertían a los platos. Nos divertimos y bailamos… todo menos irnos a dormir.

+ SÁBADO 2 de JULIO

Día 2 en todos los sentidos y, tras un arroz negro y varios baños de sol y mar, ya estábamos de nuevo en el familiar recinto. Casi las ocho, el sol pegando ya suave y sobre las tablas Inspira. Lujo y compenetración dignos de superbanda los reflectados por el grupo catalán. Folk delicioso al que se le espolvoreó toques de psicoldelia y gotas de electrónica. Jordi Lanuza ejerce con solvencia la capitanía de un equipo que contó en las percusiones con Pau Vallvé, productor del último disco de los catalanes.

El siguiente en zarpar fue Tom Williams & The Boat. Subiendo la electricidad y los decibelios de sus predecesores no llegaron, sin embargo, a demostrar tanto. La tibiedad con la que afrontó la primera parte del bolo se vio compensada por un último tramo con el que (salvando las distancias) Williams se asemejó al propio Nick Cave. Primera actuación de la banda británica en España y la sensación de que pueden dar más de sí.

Da Capo fue el momento en el que optamos cenar. ¿Crepe, bocadillo o Kebab? El caso es que nos los perdimos. Había que reponer fuerzas, el próximo era Ron Sexsmith (en la foto principal). Pelos de punta nada más abrió la boca para acometer “Get in Line”. Únicamente tres compañeros de viaje pero de igual sensibilidad (guitarra, batería y teclados). Mención especial al simpático y feliz pianista que nos contagió su estado. El canadiense juega en otra liga, en la de los grandes: Van Morrisson o Elvis Costello, no sería descabellada la comparación. “Belive it when I see it” como ejemplo de pop perfecto y “Nowadays”, para la que se quedó solo al piano, como botón de una canción preciosa e inolvidable. La anécdota, también para el recuerdo, fue ver como se atrevía con los primeros compases de “Eres tú” de Mocedades. Al final hubo fuegos artificiales, ¿o fueron solo en mi cabeza?

Se colaba en la fiesta un francés. De Arnaud Fleurent-Didiere todo eran parabienes. Toco todo instrumento posible, eso hay que reconocerlo, pero la actuación fue muriendo en interés a la vez que pasaba el efecto sorpresa. Yan Tiersen y Dominique A han dejado quizá muy alto el listón. Eso sí, preciosa la teclista que le acompañó.

En el escenario más chico estaba, a pesar de las horas (casi la 1 de la madrugada), de aparecer una de las sorpresas agradables del festival. Emilio José está como una cabra. Otro genio más que roza lo freak. Sintes, loops, chill-out, bossa nova, hip-hop… difícil de calificar la desternillante y bailable puesta en escena de este gallego que utiliza su idioma de forma inesperada y corrosiva… y si no que se lo digan a Rosa Díez.

Era un poco tarde y la noche estaba lanzada. Además, la última vez que había visto a Standstill (y también presentaban Adelante Bonaparte) había salido defraudado. Pero la fuerza con la que predispusieron Enric Montefusco y los suyos arroyó mis malos augurios. Imponente el directo que se marcaron y que, sin duda, del que el público se contagió. La fuerza y la facilidad de convocar o apaciguar la intensidad hicieron de nosotros muñecos con los que jugaron a su antojo. De traca.

La cabeza y la memoria empiezan a fallar sospechosamente pero es imposible no recordar la que liaron Els Surfing Sirles ya entradas las 3 de la madrugada. Musicalmente no puedo ser certero, pero se que bailé garage como un descosido y yo fui uno de los que cogió a Martí Sales cuando se tiró, como poseído, sobre el público.

+ DOMINGO 3 de JULIO

El séptimo día de la semana uno ya llega justo. Pero Renaldo&Clara, Nacho Umbert & La Compañía y, sobre todo, John Grant nos esperaban. Así que más cerveza, más mar, bocadillo (la economía no está como para hacerse un arroz todos los días) y hacia la mansión del placer sonoro.

Renaldo&Clara fueron el bolo perfecto para abrir boca. Sencillez extrema que permitió disfrutar, sentados sobre la hierba, del bolo. Primer contacto con la voz de Clara Viñals y el placer fue nuestro. Una vez más, lo sencillo volvió a ser importante.

Me moría de ganas de ver a Nacho Umbert & La Compañía. Ay… es un discazo y las horas consumiéndolo han sido muchas. Pocos peros se pueden poner a la interpretación exquisita en la que fue secundado por un cellista, un contrabajista y un batería. A la inexorable interpretación de su primer disco en solitario añadió alguna de las canciones que formarán parte del que vendrá después. Sin despegar el culo de la hierba y la tarde estaba siendo genial.

Esto se acababa amigos pero quedaba el inmenso John Grant. Corpulento y robusto como es se volvió frágil y entraron ganas irremediables de abrazarlo cuando comenzó a cantar. Engominado y duchado, como un niño al que su madre le acaba de arreglar para salir a escena, el ex de los Czars no necesitó más que a otro compañero para intercambiarse guitarras y teclados. Aunque los mejores momentos se vivieron cuando se dedicó al micrófono y allí fue donde el ogro se tornó en ángel. Simpático y dicharachero, nos dejó clavados en el mismo lugar de donde no nos habíamos levantado en toda la tarde/noche.

Antes de ir a dormir aún tuvimos tiempo de compartir algo de noche con los amigos cosechados. El lunes fue un día triste y algo depresivo. De verdad que este festival es especial. Nos vemos el año que viene.

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