Grupo: Kitty, Daisy & Lewis
Sala: El Loco

En otras circunstancias hubiera sido imposible ver a Kitty, Daisy & Lewis fuera del pub de Kentish Town donde dieron sus primeros pasos en jam sessions, o más allá de una decadente parroquia de barrio, enmoquetada hasta las cejas, con feligreses medio borrachos quedándose dormidos en los bancos; los tres hermanitos, acompañados de sus padres para más inri, a modo de familia feliz amenizando ceremonias. Lúgubre, hortera, mostoso.

Sin embargo, ayer estuvieron en la sala El Loco para demostrar lo absurdamente mágica que puede ser la música. Paradójicamente porque tras cincuenta años de contemporaneidad sonora, de eso que llaman rock & roll, le queda a uno la sensación de que hemos estado perdiendo el tiempo.

KD&L siguen en esa ola de los años cincuenta, la primera, ahora desempolvada quizá por el esperpento que produce ver cómo bandas mediocres, por no decir lastimosas, estén en lo alto de las listas de “ventas” y forrando las carpetas de niñatas de instituto.

A pesar de las dudas que pudiera alzar la a priori demasiado prefabricada imagen del grupo, solo hicieron falta quizá unos treinta segundos del interpretado a capella «Walk Right In, Walk Right Out» para comprobar que todo es exageradamente real. Mucho más allá del mero impacto visual es donde reside su auténtico talento, apoyado en una concentración máxima durante la ejecución de los temas y fuerza, mucha fuerza.

Tres jóvenes multi-instrumentistas que alternaron entre temas instrumentos como la batería, guitarra, banjo, lap steel, piano, xilófono, acordeón y ukelele entre otros, casi sin pestañear.

Una clase maestra e intensiva de dos horas de cómo la caja o el djembé han de ser golpeados con mucho más que las escobillas o la palma de la mano; de cómo el swing primigenio de «Polly Putt the Kettle On» ó «Mohair Sam» es mucho más poderoso que cualquier sintetizador; de cómo «I Get My Mojo Working» es uno de los padres del blues interpretado gloriosamente por una jovenzuela que no llega a los veinte años; de cómo el ska de «Lucky Seven» (con la incomparable colaboración a la trompeta de Eddie ‘Tan Tan’ Thornton ) que hizo bailar a skinheads y rude boys sigue con su beat totalmente intacto; de cómo transportarnos sin movernos de la sala al Caribe verbigracia de «Honolulu Rock-a Roll-a» y «Swinging Hawaii»; de cómo ver atardecer en Lousiana sentado en el porche escuchando «Hillbilly Music»… en definitiva, una hora y media de ponencia con un claro mensaje: la música es indiscutiblemente negra.

Todo ello rematado por una improvisación final en clave de Sol en la que Lewis y Kitty jugaron al gato y al ratón con el piano y guitarra, y en la que ésta demostró que es posible soplar una nota de armónica durante más de un minuto y no morir en el intento.

Como nota aparte, dos cosas que me disgustaron:
la primera es que en El Loco hay dos tipos de público: aquel que está situado entre la fila 1-4 que puede decir que ha visto el concierto, y los que estuvimos de la 5 hasta el final, que podemos decir que asistimos al show por el visible tamaño del tupé de los londinenses. Sonido notable, pero deberían considerar elevar unos centímetros la tarima de la sala.
Por otro lado, y aún si cabe más preocupante, es que a pesar de buscar sus caras antes y después del espectáculo no localicé prácticamente a ningún personaje de la escena actual valenciana, especialmente de las bandas más noveles. Mucho más necesario que encerrarse en el local a juguetear con las pentatónicas es asistir a tal despliegue de raíces sonoras y vitales, que desafortunadamente no se da demasiado a menudo por estas tierras.

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