Tan de coña o tan en serio

Grupo: Joe Crepúsculo
Sala: Wah Wah

Quizá no sea para tanto, pero Joe Crepúsculo, su música, actitud o uno de sus conciertos como es ahora mismo el caso, arrastra al debate y, exagerando, a un cisma entre el género indi. Levanta opiniones enfrentadas que van de la genial creatividad a la absurda cutrez que todo lo envuelve y despierta curiosidad por no decir expectación o rechazo.

Ensalzado a disco del año en 2008 por una de las biblias musicales de este país y sus tres o cuatro evangelistas, la obra de Joe Crepúsculo está a disposición de cualquier mortal: Supercrepus (el premiado) y Escuela de Zebras en su web. Y a partir de ahí todo, el de Barcelona está acartelado en los principales festivales de este verano y por esa misma razón llegó a Valencia por primera vez a presentar sus canciones.

Perdido y con la mirada gacha, hacía tiempo cerca de la barra mientras Wah Wah se iba llenando. No demasiado, el precio de la entrada excedía un poco y la climatología no acompañó, la sala quedaría ocupada por unas ciento y pico personas: a partes iguales entre modernos y modernas, frikis y circunspectos. Cuando se hizo la hora, fue al camerino. Entro. Salió. Cerró. Se guardó la llave en un bolsillo. Subió al escenario, donde esperaban las máquinas, en compañía de Sergio, su escudero en la tecnología y corista #pidió para ello antes de comenzar que regulasen la voz en modo «cura». Buscó, abrió y dejó sobre la mesa su Moleskine. Entre sus páginas, el set-list de la velada. Y se sacó un puñado de mecheros agarrados por una goma y los utilizó a modo de pisapapeles. «¿Os gustan los mecheros? Llegamos tarde para las fallas».

Y empezó con El día de las medusas, uno de sus hits, a despejar las incógnitas de forma más o menos convincente. Lo suyo no es cantar pero las melodías que sacan de entre tanta tecla enganchan y sus letras sorprenden. «Todo está bien, todo está mal, si las medusas te reciben con alegría y por dentro van cantando esta bella canción con su melodía. No hay más aquí, por eso déjate llevar, déjate llevar por estas olas de paz», la frase bien podría servir de manual de instrucciones para la que se avecinaba: un buena ración de lo que el propio artista ha acuñado como trobador-techno sin complejos.

Crepúsculo se ha montado encima del indi desde la serie b así, desde la cutrez y sin pretensiones revolucionarias, haciendo gala de una tímida genialidad y cantando a aquello que se le viene en gana. Para entendernos, Crepúsculo es a la música lo que Muchada Nui es al humor. Títulos como Los cazadores, que fue su segundo tema, ofrece no más que una historia carente de épica que por su simpleza y cotidianeidad atrapa a través de sus palabras y el ritmo infundido.

Y de pronto todos parecían disfrutar de las cosas de Crepúsculo y de su extraño y surreal sentido del humor y la música. Jugó con la geografía, rivalizó a Valencia con Castellón («Que no bailáis, parecéis de Castellón») y ahí tenía los mecheros como excusa para hacer reír entre canción y canción, que por ellas mismas ya se valen para captar la atención si sin prejuicios se atiende pese a raro que parezca aquello: tan pop, tan techno, tan punk, tan freak, tan surrealista, tan casero, tan de coña o tan en serio, y este tal vez sea el problema, que a lo de Crepúsculo cuesta pillarle su rollo, cuesta tomarlo en serio.

Pero a la suya Joe Crepúsculo fue venciendo el terreno entre máquinas y teclados y de pronto una gran parte de los circunspectos, olvidados los prejuicios, ya se podían confundir entre modernos y frikis, que son los que jugaban en casa, cuando tocó entonar a coro «esto suena brillante». La mayoría se agitaba y aquello era una fiesta con el personal pidiendo más y fue Crepus quien tuvo que ponerse serio para finiquitar aquello, lanzar los mecheros y regalar unos cedés grabados con su música, la que levanta debates pero a la que no se le puede negar ribetes de genio incomprendido que no pretende explicarse.

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