Desde Venecia_Cap. 6

No entiendo las modas, ni las guerras entre tribus cada vez más palpables. No entiendo por qué hay tanta necesidad de desprestigiar e infravalorar aquello que no nos gusta. No comprendo el odio hacia las bandas que copan los festivales, ni las envidias, pero tampoco la alabanza fácil simplemente por el nombre.

No entiendo por qué me tiene que gustar esto o lo otro.

No me gustan los críticos reprimidos que creen estar por encima del bien y del mal. No logro asimilar la moda indie, ni el mamoneo, ni los cambios de personalidad exprés de las bandas para adaptarse al momento. No me gusta nada las guerras entre festivales, ni la forma de pisotearse tan tristemente rastrera. No entiendo las etiquetas. No odio el mainstream, nunca lo he odiado. De hecho, soy una popera de mierda y lo seré toda mi vida. No sé por qué narices tengo que estar de un lado o del otro. No odio los últimos discos de Coldplay, ni odio a Dani Martín. De hecho, es el tío más honesto y atento que me he cruzado en la música. Aunque, probablemente, a alguno le caiga los ojos al leer que adoro profundamente a Standstill y me cae muy bien Dani Martín.

No me importa tocar en el lugar más famoso del momento o en el más repudiado. Siempre que haya público dispuesto a escuchar nuestra música estaré satisfecha. No me complace pasar por encima de nadie.

No me gusta que llamen “escena que proyecta” a aquello que sólo da vueltas sobre su propio ombligo. No comprendo el amor-odio que veo hacia según que tipo de emisoras de radio. Queridos míos, todas tienen detrás el mismo tejemaneje. Sean más o menos comerciales, más o menos punteras, gusten más o menos.

No lo entiendo.