Querida gentuza, algunas ausencias pesan más que otras en el panorama discográfico, y últimamente soy de los que se une a la incertidumbre generada por la falta de nuevo material de David Bowie. Nada menos que nueve años, casi toda una década, lleva El Duque Blanco sin editar nuevas canciones. Sus apariciones públicas han sido contadas durante estos últimos años, desde que se le realizó una angioplastia de emergencia que obligó a cancelar la gira de Heaten en 2004, y siempre en forma de puntuales colaboraciones con otros músicos, o en pequeños papeles secundarios en la gran pantalla.

La rumorología se dispara: Que sí se encuentra superando otra grave enfermedad, que si se está grabando nuevo material en secreto, que si se ha volcado en la pintura, otra de sus grandes pasiones… El músico británico no se ha esforzado en absoluto por confirmar o desmentir los rumores, y lo único cierto es que se hace cuanto menos extraño el vacío dejado por una figura clave en la música popular del último cuarto del siglo pasado. De su gloriosa década de los setenta, pasando por una errática década de los ochenta, a su resurrección en los noventa de la mano de ritmos electrónicos e industriales, y así hasta su desaparición a principios de la década pasada.

Hay una posibilidad por la que se pasa de puntillas, la de que simplemente haya decidido bajar la persiana y echar el cierre, y acerca de esta última posibilidad, me viene a la cabeza la obra Bartleby y Compañía, de Enrique Vila Matas, que a su vez toma el título de Bartleby el Escribiente, aquel relato de Herman Melville en torno a la figura de un escribano que ante cualquier requerimiento de su patrón siempre respondía con la frase “Preferiría no hacerlo”. La de Vila Matas, por su parte, cuenta como protagonistas, entre otros, con Salinger, Rimbaud o Rulfo, en definitiva escritores que decidieron, en algún momento de sus vidas, dejar de escribir de una vez y para siempre. Otros Bartlebys.

En unos y otros casos, la razón última es que ya habían contado todo cuanto tenían contar, una razón regida a partes iguales por honestidad y desencanto. Y es que en una actualidad musical donde la tónica habitual es la sobrealimentación repetitiva de productos clónicos con escasas variaciones formales o estéticas, y en que algunos de sus contemporáneos siguen facturando obras encomiables pese a estar basadas en la reproducción crónica de los mismos esquemas (Tom Waits, Neil Young), o andan tan perdidos y faltos de ideas que confunden experimentalidad con la edición de mediocridades delirantes (Lou Reed), el panorama debe resultar muy poco estimulante para un músico siempre asociado a la creación de obras vanguardistas.

Tal vez seguir hablando sin tener nada nuevo que decir sería el verdadero y único rock and roll suicide. Así las cosas, tal vez simplemente prefiera no hacerlo. Sea como sea, yo brindo a su salud desde la esquina de esta barra.

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