El hombre que mató a Liberty Valance y otros mitosJorge Salas 1 enero, 2012 El estudio de ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ se vanagloriaba en 1962 de juntar, por primera vez en un cartel, a James Stewart y John Wayne. No era un western más; en él, John Ford radiografiaba sutilmente, en blanco y negro, a una sociedad con la necesidad implacable de fabricar héroes en los que creer (y a los que votar). Leyendas sobre semejantes extraordinarios. Hoy, la figura calmada y pacífica de Stewart ya tiene sucesor: Sixto Rodriguez es el hombre que mató a Liberty Valance. El mito. Searching for Sugar Man es el ejemplo perfecto de que la música, quizá por delante del cine y la literatura, es el terreno mejor abonado para el cultivo de los mitos. Nos gusta creer que detrás de las canciones hay historias. No queremos saber que en realidad no hay nada. Aunque sea a costa de aceptar que nos escondan un poco los cabos para que no podamos atarlos con facilidad. Es lo que hizo Malik Bendjelloul en su documental: se llevó el Oscar al mejor del año, y le granjeó a su amable y provecto protagonista unas cuantas fechas por el globo que, por lo visto, no estaba en condiciones de cumplir. Al espectador le dio una abrazable fantasía de justicia poética; dos virtudes que hoy en día se prodigan con escasez. La realidad es que Searching for Sugar Man y el mito de Rodriguez, tal y como nos lo cuentan en el documental, no se sostiene ante una mínima confrontación con la realidad. Pero, ¿y qué más da? Los únicos preocupados deberían ser los responsables de la Academia, que premiaron un documental con virutas de ficción. Nosotros hemos descubierto unas canciones fantásticas, y un personaje con una historia detrás que las justifica. Una historia que empieza con otra leyenda, según cuenta alguien que cuentan que una vez se oyó algo a lo lejos: Rodriguez se pegó fuego sobre un escenario, o quizá se voló la tapa de los sesos delante de su público. No está claro. Suena tan bien (entendedme) que era imposible que fuera cierto (afortunadamente). Así de inverosímil parte la búsqueda del mito, pero no es el primero, ni mucho menos. Hablar de Robert Johnson ya ni siquiera es de culturetas. La historia del bluesman que vendió su alma al diablo marca la historia del rock desde los años 30 y sus únicas tres fotografías en vida ya son de dominio público. Aunque más de un testimonio confirma que Johnson murió a los 27 años envenenado por un marido celoso que le vio juguetear con su esposa tras un concierto, reconforta más creer el mito del delta blues y el cruce de caminos de Clarksdale donde Johnson y el príncipe de las tinieblas sellaron el acuerdo. Y vender más de un millón de copias de alguien que en vida se ganaba el pan como músico itinerante. Cuanto más oscuro sea el tema, mejor. Cuanto más exiguo sea el rastro dejado tras su muerte, mejor. Pasa con Jackson C. Frank, uno de mis favoritos, cantautor en los 60 del que sólo se conserva un disco y algunas grabaciones con un sonido tirando a terrible. Maravillosas, eso sí. Frank encarna el mito del músico maldito, de carne y hueso, al que le persigue la tragedia; traumatizado y marcado desde su infancia, cuentan que aprendió a tocar la guitarra durante los siete meses que estuvo hospitalizado tras estallar la caldera de su escuela en Buffalo a los 11 años. Repito: cuentan. Con la tardía indemnización se marchó a Inglaterra, y allí grabó en 1965 un único disco producido por Paul Simon que le bastó para influenciar, entre muchos otros, a Nick Drake. Agravados sus problemas mentales y exprimida la indemnización, Frank tuvo que volver a Estados Unidos; allí se casó con una modelo y perdió a su primogénito. Eso es lo que sabemos ahora. En su momento se contó que había muerto en un accidente de avión, a lo Otis Redding o Buddy Holly. La realidad es que acabó viviendo en la calle, vendiendo sus propios discos en tiendas de segunda mano para sobrevivir. Murió de pulmonía a los 56, no sin antes recibir una bala perdida en uno de sus ojos. Mejora eso, Sixto. Detrás de los músicos hay más mitología que en un libro sobre la antigua Grecia. Tommy Johnson, a quien muchos atribuyen el verdadero pacto de Robert Johnson, la leyenda (negra) de los Buckley, la broma conspiranoica de Elvis, cualquier día en la vida de Michael Jackson,… Sumen y sigan. Y siempre encontrarán a alguien que se lo crea. ¿Por qué no? La realidad del telediario denigra lo humano, y los periódicos ya nos venden sus leyendas. Necesitamos lo genuino, creer en lo auténtico. Esas estatuas que se erigen entre la multitud las sostenemos nosotros mismos mientras miramos para otro lado. “Cuando la leyenda se convierte en un hecho, publica la leyenda”, apuntaba el editor del periódico en ‘El hombre que mató a Liberty Valance’. ¿Por qué no? Hacer Comentario Cancelar RespuestaSu dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente.