Tres tristes tigresMariano López Torregrosa 9 marzo, 2017 Tres periodistas musicales tratan de arreglar el mundo mientras que cenan un viernes por la noche. El primer triste tigre, durante la conversación, saca el tema de los festivales que venden los abonos nada más terminada la edición anterior, cuando no hay ni un solo artista confirmado en el cartel del año siguiente. Según él, el colmo de la cara dura. Otro triste tigre, más sosegado, sin entrar en el terreno de la valoración subjetiva, cree que la estrategia comercial es síntoma inequívoco de una tendencia instalada para quedarse: la música, paradojas del destino, ya ha pasado a ser lo de menos en un festival musical. Los asistentes pagan por la experiencia, por unas vacaciones cool, como quien va a Eurodisney o visita Graceland. Por un macrobotellón socialmente aceptado, por encontrar un ligue o por ser el primero en colgar una foto acreedora de tropecientosmil likes en Instagram. La función de las bandas es poner hilo musical al aquelarre, a veces, sin cobrar, que ya se sabe que salir en el cartel del festival X aumenta el prestigio, aunque eso no sirva para llegar a fin de mes. Y si el grupo no mola, no los conoce ni Dios, o ya se ha visto en otro festi, que algunos carteles parecen un calco de otros, pues como buenos amiguetes nos acercamos hasta el servicio a meternos otra. Y los organizadores de los festis, chicos listos, lo saben, por mucho que traten de soterrar la estrategia bajo otros argumentos, cuando no directamente hacerse los locos. El tercer triste tigre, tratando de engullir un filete con guarnición de realidad sin que se le haga bola, apunta que el problema de fondo es la pérdida de valor de la música como objeto de consumo: los críos ya no tienen que ahorrar durante semanas para comprar un disco, leer embobados el libreto, y escuchar el disco hasta la saciedad hasta que haya pasta para comprar el siguiente. ¿Os acordáis de aquellos tiempos?, pregunta resignado mientras le brilla la nostalgia en los ojos. Ahora la chavalada tiene discografías enteras al alcance de un solo click, de las que rara vez escuchan, en el mejor de los casos, más allá de las tres primeras canciones. A ritmo de café con sacarina, que a ciertas alturas ya hay que ir cuidando la tensión, uno de los tristes tigres señala que mientras el business vaya en viento en popa a toda vela, con cien cañones por banda, y a excepción de catástrofes imprevisible, las críticas a los organizadores, en lugar de resbalar a través de redes sociales, bien les podrían ser suministradas impresas sobre papel higiénico para que les sean de alguna utilidad. Sin embargo, el triste tigre de mayor edad, que ya se las ha visto de todos los colores y sigue pensando que el tiempo pone a cada cual en su sitio, sentencia como quien no quiere la cosa, como de pasada y con media sonrisa en el rostro, que el cielo es azul, que el agua moja y que, más tarde o más temprano, todas las burbujas acaban estallando. Algo de lo que vaya usted a saber si van a tomar nota los chicos listos. Una vez finalizados los postres, pagan la cuenta y se largan pitando. Uno de ellos pincha esa noche en un garito. De camino, dejan aparcado el tema, tanto por tratar de disfrutar del viernes por la noche como porque todos ellos, desde el más mayor hasta el más joven, aunque no quieran admitirlo, saben reconocer una batalla perdida. Hacer Comentario Cancelar RespuestaSu dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente.