Arrival (Denis Villeneuve, 2016)
por Sergio F. Fernández

Lois Lane está triste porque han ensartado a Superman. Adoctrina a los hijos de la burguesía con no se qué idioma muerto y le obligan a ir a mitad de un descampado lleno de humete a traducir a Kang y Kodos. Los del ejercito, que están para proteger, la lían porque los del MK Ultra van a tope, ya lo dice Iker Jiménez, mientras que los jefazos van más perdidos que la FIFA con las nuevas tecnologías. Al final la monina salva a todo el mundo porque las paradojas espacio temporales son lo que le da valor al cine de hoy en día, que no os enteráis, y hasta le sobra tiempo para enamorarse del sosainas de Ojo de Halcón.

Felipe y Letizia (Joaquín Oristrell, 2010)
por Víctor Sebastián 

Si tu intención, como creador audiovisual, es hacer un fiel relato del romance entre el joven heredero de una familia real con una incipiente periodista y el resultado final es un sketch chanante de dos horas de duración, algo ha fallado por el camino. ¡Y qué fallos! Aunque desgraciadamente ha caído en el olvido, ‘Felipe y Letizia’ es una de las comedias no pretendidas más grandes de la historia del cine español. Esta tv-movie, emitida por Telecinco en 2010, contiene alguno de los momentos más delirantes jamás vistos: Juanjo Puigcorbé haciendo de rey gangoso, Marisa Paredes con acento francés o Amaia Salamanca interpretando a Letizia Ortiz de la manera más repipi y redicha posible. “Casa es donde estás tú” o “Jaime, que te vas a quedar sin batería” son ya frases para la posterioridad. Si queréis pasar una gran noche de Halloween, no dudéis en verla. En serio.

La chica del tren (Tate Taylor, 2016)
por Lara Ben Ameur

Adaptar cinematográficamente una novela siempre es una responsabilidad, los espectadores notan cada diferencia con la obra original como puñales en su costado, pero he de reconocer que en esta ocasión el dolor estaría más que justificado. De una obra literaria anodina y común que ha conseguido enganchar a millones de lectores se ha plasmado en pantalla un autentico despropósito, con una actuación de Emily Blunt que roza la parodia y una historia a tres que consigue que te estremezcas no por lo intenso de su trama si no por lo previsible y patético de su ejecución. Una serie de catastróficas desdichas hecha película.

Suicide Squad (David Ayer, 2016)
por César Pereyra 

Cada película es tan buena como su villano”, dijo alguna vez su santidad Roger Ebert (1942-2013) sobre la importancia de los obstáculos al definir la calidad de una historia. Con esta base teórica, encontré en la premisa de ‘Suicide Squad’ una interesante ambigüedad moral: el uso de villanos para salvarnos del fin del mundo. Armado de la más grande ilusión, recurrí a mis viejos cines Renoir para disfrutar de una experiencia que, en el peor de los casos, resultaría diferente. Lamentablemente, así como Francisco Galván en ‘Él’ (1953), yo también imaginé a un grupo de elegantes cincuentones señalándome y riéndose a carcajadas, todo esto mientras aparecían los créditos finales, bailando en una lluvia de dinero y prometiéndome una experiencia igual de infumable en cada una de sus películas de aquí al 2020. Eran los ejecutivos de Warner Bros. y DC. Fue en ese momento cuando entendí que, si mi vida fuera una película, ellos serían los villanos.

8 apellidos catalanes (Emilio Martínez-Lázaro, 2015)
por Marina Seijas Rosende

‘Ocho apellidos catalanes’ es, ni más ni menos, la hermana pequeña de ‘Ocho apellidos vascos’ (2014), hecha con mucho menos cariño y mucha más avaricia. Con una duración de infinita hora y media de clichés típicos de la postguerra, el film se convierte en una montaña de sinsentidos en demodé, lo que la convierten en una pesadilla de mal gusto. Un clásico del humor fácil de derechas que, para aterrorizar a los amantes del séptimo arte, llegó a colarse entre los mejores estrenos a nivel mundial durante la semana de su alumbramiento.

‘Snowman’ (Tomas Alfredson, 2017)
por Jorge Boscá

Si algo he aprendido viendo ‘El muñeco de nieve’ es que los noruegos tienen una tecnológica descomunal con capacidad para detectar vehículos y su geografía más próxima con total exactitud en plena persecución, pero a su vez usan maletines como método de grabación oculta para cazar asesinos que son más dignos del capitulo de ‘Los Simpson’: ‘Marge contra el monorraíl’. Nota mental: Los psicópatas noruegos tienen un gusto musical desfasado.

Caperucita Roja (Catherine Hardwicke, 2011)
por Javier G. Godoy

La crepusculiana Catherine Hardwicke, buen ejemplo de cómo una carrera puede degradarse en cada uno de sus pasos, dirigió en 2011 ‘Caperucita Roja (¿A quién tienes miedo?)’ (Red Riding Hood), una infamia que intentaba darle otra vuelta de tuerca al conocido cuento de Charles Perrault. Disfrazada de caramelo lírico con pretensiones estético-poéticas, la película resultó ser una horterada con ínfulas, decorados de cartón y un guion sonrojante que hacía temblar al mismísimo lobo feroz.

Nymphomaniac, parte 1 (Lars Von Trier, 2013)
por Carlos Fernández Castro

Han sido pocas las ocasiones en las que he abandonado una sala de cine por discrepancias artísticas. Elogio de amor, de Jean Luc Godard, me sumió en el tedio más absoluto, mientras que Gerry, de Gus van Sant, me sacó literalmente de mis casillas. Sin embargo, nunca he sentido una tomadura de pelo semejante a la que experimenté un 31 de diciembre durante la proyección de ‘Nymphomaniac, parte 1’. Probablemente este texto estaría dedicado a la segunda parte si hubiera tenido el atrevimiento de verla pero, visto lo visto, me decanté por pajas mentales propias antes que sufrir nuevamente las del señor von Trier.

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