Grupo: Manel + Soledad Vélez
Sala: Teatre El Musical

Ellos mismos son conscientes (lo decían en una reciente entrevista) que si han llegado a ser la primera banda catalanoparlante que ha alcanzado el número uno de las listas españolas es, sobre todo, porque muchos de sus seguidores catalanes han preferido (¡qué antiguos y románticos!) comprar 10 mil milles per veure una bona armadura en formato físico. Tampoco es que hayan arrasado en las tiendas, pero es que ahora con 10.000 (que es lo que ellos vendieron) ya eres digno de ese honor.

Valencia -que para eso hablamos el mismo idioma- también ha tenido buena parte de culpa del ascenso al Olimpo de las listas de esta banda que no tiene más secreto que el respeto y el gusto por pop de raíces mediterráneas y norteamericanas. Será que también quedan románticos por aquí, porque dos semanas antes ya se habían agotado las entradas del Teatro El Musical, por cierto: gran descubrimiento para la música moderna en la ciudad.

El caso es que Nadal había ganado su sexto Roland Garros justo a tiempo para brindar y desplazarse al acogedor y biensonante teatro situado en el corazón de ese barrio que quieren hacer desaparecer y que se llama El Cabanyal. Como estaba anunciado, las más de 400 butacas del lugar se quedaron cortas tal y como ocurrió el sábado. Al igual que el día precedente Soledad Vélez abrió la velada. Exquisito aperitivo de la chileno-valenciana que, acompañada únicamente por Jesús de Santos (Polar o Sancristobal), conmovió al respetable con una voz que pasa de la ternura a la potencia erizadora de todo pelo viviente en un santiamén. Un set efímero de esos que demuestran que a veces la sencillez puede complicar las cosas en nuestro interior. La han comparado con Dylan en femenino, con Russian Red por aquello de la oportunidad, últimamente con Sufjan Stevens… algo de todo eso hay y a la vez nada.

Se cerró el telón. Se abrió el telón y salieron los cuatro de Manel. Con sólo dos referencias en su haber estaba claro que tarde o temprano caerían casi todas, la curiosidad estribaba en ver cómo funcionarían las nuevas canciones y sus arreglos en el directo. Instrumentación que en el vivo se simplificó y que solventaron colgándose, aparte de los artefactos habituales con los que se crea el pop, el clásico ukelele (que también había sacado a pasear Soledad Vélez), el clarinete, la harmónica o el banjo; y para que más si a base de coros y pop pluscuamperfecto “El gran salt”, “Benvolgut”, “La cançó del soldadet”, sonaron redondas y emocionantes. También de las nuevas, “Aniversari” o “Boomerang” (y aún siendo domingo y al día siguiente lunes) arrancaron los primeros bailes y a más de uno el culo de la silla. Yo, si tengo que elegir, me quedo con esa poesía sonora y existencialista de dichoso final que es “Criticarem les modes de pentinats”. Funcionaron de sobra y a ello también contribuyó la atmósfera onírica que creó el gustoso juego de luces de la sala.

Mientras uno los escuchaba pensaba en Serrat, en Herman Düne, en los Eagles, en Beach Boys, en Beatles, en Jonathan Richman… Como barcos de gruesos cabos, se han amarrado al buen gusto y para eso, al parecer, no es necesario más que unas dosis de pericia instrumental, unas gotas de coros depurados, unas capas de melodías populares y todo ello espolvoreado con letras que cuentan historias bellas por cotidianas; esas que uno no puede reprimir traducir al oído de su compañera castellanoparlante.

Tal vez conmovido por el doblete de sold outs conseguido, Guillem Gisbert estuvo menos parlanchín de lo habitual, lo que no quita que no tuviera sus varios momentos de gloria: esos en los que presenta las canciones con un absurdo, jocoso e incompresible monólogo a medio camino entre Woody Allen y Faemino y Cansado. Su primer álbum, como hemos dicho, tuvo cabida casi en su totalidad y ejemplos a destacar fueron “Captatio Benevolentiae”, “En La Que El Bernat Se't Troba” o “Ai, Dolors”.

A todo esto, se cerró el telón y a nadie le hizo chiste… la vuelta a escena era obligada.

Y en el primer bis, menos mal, llegó su personal versión del “Common People” de unos Pulp que habíamos visto hacía sólo un par de semanas en el Primavera. Y allí todo el mundo se quería acostar con gente normal, y allí, en un teatro situado en el corazón de un barrio de pescadores, Manel jugó con nosotros para, como a niños a los que es fácil manipular la imaginación, hacernos creer que éramos los tripulantes de un navío de faenadores y remábamos todos a coro cantando “Al mar!”.

Volvieron a hacer el amago de hacer mutis pero la gente ya había olvidado en qué día vivía y de allí no se movió nadie hasta que entonaron, al unísono con la tripulación, esa mezcla de habanera y canción española popular que es “Deixa-la, Toni, deixa-la”. La ovación final no impidió que las luces nos despertaran de golpe del sueño y nos diéramos cuenta que, a pesar de todo, sí era domingo… ¡pero qué domingo!.

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