Grupo: Iggy and the Stooges
Sala: Jardines de Viveros (Feria de Julio)

Es lógico pensar que el hecho de avistar la rabadilla de Iggy reclamando sus minutos de gloria, ver a Mike Watt haciendo como que fornica con un ampli o contemplar a una caterva de fans entregados al pogo colectivo sobre el escenario puedan considerarse fases de un recurrente ritual de lo habitual (parafraseando, sin que sirva de precedente, a Jane’s Addiction), el mismo al que Iggy Pop lleva tradicionalmente entregado sobre los escenarios, y del que muy fresca memoria deben mantener no sólo quienes le hayan visto en cualquiera de sus múltiples visitas a nuestro país, sino también aquellos que, sin moverse de nuestra ciudad, guarden vivo el recuerdo de su última visita a Valencia, a la sala Arena en 1994. Todos esos highlights forman parte del show, pero no por repetidos dejan de carecer de sentido. Porque hasta el más escéptico de los mortales será capaz de conceder que, cuando el cuerpo de James Osterberg diga basta, con él se perderá para siempre una genuina forma de entender la música popular: visceral, salvaje, sexual, peligrosa (ese adjetivo disociado del rock hace ni se sabe), y vomitada desde el estómago. Y que con su abandono fenecerá uno de los escasos motivos para asistir a un espectáculo de rock de primera mano, en estos tiempos en los que apenas hay resquicio para todo lo que no sean platos recalentados, reinterpretaciones de legados añejos, revisiones testadas en probeta de combinaciones que sólo barajan alquimias con solera o guiños irónicos a un pasado que no necesariamente ha de ser mejor, pero sí más creíble.

Las giras de Stooges, desde que Iggy Pop decidiera reactivarlos hace ocho años, no escapan a ese socorrido y tan cansino esquema de recuperación, por estricto orden cronológico, de argumentos de leyenda que vienen que ni pintados (de tan rentables) cuando hace años que la producción reciente no da la talla (“Preliminaires” al margen).

Pero lo que en otros casos es una apolillada defensa de méritos que quedan académicamente reproducidos pero casi momificados por la falta de hervor, en su caso es una tozuda y consecuente escenificación a piñón fijo de una liturgia que retiene, de forma desafiante, todo su carácter volcánico. Porque queda claro que la exposición de sus motivos se sigue conjugando en presente, pese a que los méritos expuestos sean pretéritos. Y eso, con 64 años repletos de muescas y un chasis fracturado por su eje, no deja de ser un meritorio desafío a cualquier ley no escrita sobre la longevidad. Casi un milagro.

A mayor abundamiento, y dado que la muerte del guitarrista Ron Asheton hace un par de años puso en bandeja la recuperación de las seis cuerdas de James Williamson, el actual show de los de Michigan se reorienta hace un “Raw Power” que, en el caso del concierto de Viveros, sonó en su integridad, en detrimento de dos primeros álbumes que, aún así, mantienen su cuota (“I Wanna Be Your Dog”, “1970”, “Funhouse”, “No Fun”) y, sobre todo, en favor del repertorio circa 1973 (“Cock In My Pocket”, “I Got A Right”, “Open Up and Bleed”) y de ese reivindicado (reeditado hace un año) eslabón entre el ocaso de la banda de Detroit y el pistoletazo de salida de la carrera de la Iguana en solitario, aquel semi olvidado “Kill City” (mano a mano entre Iggy y Williamson), del que no sólo cayeron el stoniano tema titular o la serpenteante “Beyond The Law”, sino también una sulfúrica “Johanna”, con la que arrancó el bis.

Pese a que se echó en falta volumen al servicio de la tarea de demolición inicial (“Raw Power”, “Search & Destroy”, “Gimme Danger”), pese a no contar con su batería original (un Scott Asheton enfermo, reemplazado con solvencia por Toby Dammit) y pese a que un segundo bis hubiera satisfecho la demanda del público más insaciable (y por qué no, razonable, dado un precio que doblaba de largo el de su visita de hace 17 años), no hay motivo alguno para no pensar que las actuales prestaciones de Iggy y lo que queda de sus Stooges sobre los escenarios sean las mejores que podemos esperar a estas alturas. Y eso, como comprenderán, es mucho decir.

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