Grupo: Mishima
Sala: La Rambleta

Sólo por el descubrimiento de dos nuevos y válidos espacios para albergar conciertos en la ciudad de Valencia, el fin de semana se dio por venturoso. En primer lugar, fue la acogedora, cercana y biensonante Sala Russafa, la encargada de cobijar el ciclo “Directos en Escena”. Una iniciativa a la que los compromisos sólo me dejaron visitar un par de sus cuatro jornadas; más que suficientes dosis para apreciar las bondades de la amalgamada procesión de compositores que pululan por nuestra la escena local valenciana. Enhorabuena a los programadores del pequeño teatro del barrio de moda y, sobre todo, a Malatesta Records, promotores de una iniciativa que esperemos sea longeva.

La segunda de las alegrías (y quizá la más gorda) vino de la mano del cuadrilongo Centro Cultural de La Rambleta. Situado, en este caso, en el añejo barrio de San Marcelino -más o menos entre el Nuevo Hospital La Fe y el cementerio-, nos dio la bienvenida un enorme cubículo de cuidado diseño y amplias y variadas zonas. De inspiración berlinesa, La Rambleta atesora enormes posibilidades para futuros eventos culturales y, por ende, musicales. Ustedes que lo vean.

Ese sábado, el de mi desvirgue en el lugar, la poderosa excusa era ver como Mishima presentaban en directo su último trabajo, L´amor Feliç. Tras la correspondiente recogida de credencial en lujoso hall, unas escaleras nos condujeron a un acendrado auditorio en el que, atención, se podía consumir alcohol. ¡Hasta de funcional posavasos estaban dotadas las butacas! ¿El paraíso?

Unos tres cuartos de entrada (sobre un aforo de 800 butacas) no son malos números para un grupo cuyo público ha crecido –al amparo del efecto Manel, todo sea dicho- a un ritmo lento, pero seguro y exponencial. En todo caso, buenos números si, además, tenemos en cuenta el derbi (las cosas comenzaban torcidas con el Real Madrid asaltando el Camp Nou) o la puta crisis. El día anterior, por ejemplo, Christina Rosenvinge y Refree se habían dado de bruces, en el mismo espacio, con menos de la mitad de asistentes.

Para delirio de los entregados asistentes, salió la formación de a 5 ya habitual con David Carabén a la cabeza y comenzó la cosa con «Tornaràs a tremolar» o “La vella ferida” en una primera parte en la que, frente al positivismo del personal, el bolo no levantaba el vuelo ya que, y a pesar de la excelente acústica e iluminación, cierta frialdad unida a problemas técnicos (el bajo tardó en escucharse algunas canciones) salpicaron el momento.

Había que dar un puñetazo encima del escenario y, menos mal, este llegó con “L´olor de la nit”. A partir de ahí, todo dio giro copernicano y al aliento de las teclas de Marc Llorest y, sobre todo, la Fender de Dani Vega aquello estalló bajo la epatante mezcla de distorsión y pop clásico marca de las casa de los catalanes. “Tot torna a començar”, “Com abans”, “Guspira, Estel o Caricia” o “L´ultima ressaca”, canciones con la suciedad y la emoción precisas al servicio de un elegante Carabén al micro, y la platea vibró, olvidándose del asiento y sin miedo a manchar el imberbe recinto, en pie.

Para los inexorables bises, dos aciertos: «No obeir», en la que amagaron con irse pero fueron los coros y las patadas del público los que les obligaron a volver a salir a escena y marcarse una preparada versión extendida. Y, ahora sí, con «El camí més llarg», se despidieron con todo el auditorio entregado.

Al final comunión total en el que, como de costumbre en Mishima, no fue un concierto perfecto, ni el mejor que han dado (que todavía está por venir), pero fue hermoso y el público tardará en olvidarlo.

PD_ Al salir, Juan Vitoria y su hija Arizona Dylan pinchaban una interesante sesión en la parte inferior de La Rambleta. Atraídos por los temazos, tiramos escaleras abajo para descubrir otro diáfano espacio (allí deben caber unas 1.000 almas) con barras y hasta terracita hasta para echar un pitillo. Ya digo, de lujo.

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