MaestroEnrique Morente le llamaba asíJulio Fontán Jr. 11 noviembre, 2016 Esto no es un obituario. No es una esquela fría y objetiva. No es una necrológica con su correspondiente lista de aciertos y alabanzas. Se acerca pero no llega a ser una elegía. No he venido a contarles quién es Leonard Cohen. Estoy casi seguro de que todos conocemos ya su vida y su obra. En parte o por entero. Y me da igual si esto está bien o mal escrito. Yo he venido a hablar de mí. Quien me conoce sabe que es mi tema favorito. Conocí a Leonard Cohen estando en primaria. Escuché, en el principio de una película no demasiado conveniente para la edad que tenía, “Waiting For The Miracle”. Me cautivó por completo. Rebobinaba aquel VHS una y otra vez hasta rayarlo, solo para escuchar esa cadencia pegajosa, esa instrumentación amarga, esa letra desesperanzada (ya era triste de niño) y esa voz. Tenebrosa pero a la vez suave. Grave y profunda, pero llena de luz. La película, aún gustándome, me daba igual. Yo quería a ese señor. Y lo tenía también al final, con “The Future”. Aprendí su entonación, sus cadencias, sus pausas, su forma de pronunciar, todo. Leonard Cohen se convirtió en mi mesías. Gracias a internet, fui descubriendo más canciones. Me quedé con “Hallelujah”, que ya me sonaba, y con “Suzanne”, pero, poco a poco, con la edad, uno va olvidando unas cosas y aprendiendo otras. Me pasé a Morrissey (la alegría seguía sin ser lo mío), y cambié de profeta. Pero, de pronto, en otra película aparece el “New Skin for the Old Ceremony” y recordé al viejo sabio. Había llegado el momento de volver a casa. Me enchufé el “Songs of Leonard Cohen” de forma obsesiva. “Suzanne” había vuelto. Y, con ella, “The Master Song”, “The Stranger Song”, “Teachers” y otras joyas de ese primer disco. Y todo cambió. Decidí aprender a tocar la guitarra para poder tocar “Suzanne”. Fracasé miserablemente, pero fui aprendiendo otras canciones. Muchas de ellas, de Cohen. Aprendí a tocar “The Stranger Song” (a mi manera, aún me resultaba difícil seguir los patrones del canadiense), “So Long, Marianne”, “Lover, Lover, Lover” y, especialmente, “Who By Fire”. Cada vez que he tenido una nueva guitarra, la he estrenado con “Who By Fire”. En aquel momento, yo salía con una chica. Iba a su casa canturreando “Famous Blue Raincoat”, “I’m Your Man” o “Everybody Knows”. Me había ido cambiando la voz. De pronto, mi voz era grave, y llegaba casi perfectamente a los tonos más bajos de aquel que me hizo fijarme en las voces graves. Cuando lo dejé con esa chica, lloraba cantando “One of Us Cannot Be Wrong”. Había empezado a componer, y, en esas primeras composiciones torpes, se deslizaba mucho de Cohen. Tocaba al principio con una guitarra española, igual que él en sus primeros discos, y empecé a sacar patrones propios, y melodías simples orientadas a un folk mucho más luminoso de lo que pretendía. Las letras tomaron importancia y vi cómo ese folk luminoso podía teñirse de oscuridad solo con mi voz y las letras. Todo por culpa de Leonard Cohen. Salí con otra chica un par de semanas. Ella me abrió los ojos a Iggy Pop y a The Clash, y yo le enseñé a Cohen. Le toqué alguna de sus canciones. Le regalé el “Songs of Leonard Cohen”. Hace no mucho me dijo que seguía escuchándolo. Pronto fui llegando a otros cantautores. Buckley, Waits, Merritt, y, por supuesto, Nick Cave. Conocí a Cave por un amigo que no dejaba de hablar de él. Decidí escuchar su primer disco, a ver qué tal. Craso error. El “From Her To Eternity” empieza con una versión a mi juicio deleznable de “Avalanche”, la que probablemente sea canción favorita de Cohen. Si alguna vez tienen la desgracia de verme con una guitarra cerca, verán cómo instintivamente mis manos se lanzan a tocarla. Me alejé de Cave como de la peste. A quién se le ocurría. Años después, volví a él y ahora no pasan dos días sin que escuche algo suyo. Incluso el año pasado hizo una nueva versión de “Avalanche”, a piano y voz, y me hizo perdonarle aquel despropósito. Conocí a una chica. Yo tocaba la guitarra en la puerta de clase (perdonen la intensidad). De vez en cuando, colaba alguna de Cohen. Apenas unos meses después, vivíamos juntos. No tardé en darme cuenta de que Cohen siempre había estado ahí. Siempre. Sus letras me iniciaron en la poesía. Su poesía me inició en sus letras. Su música me inició en el tono fúnebre que adquirí al empezar a dedicarme a esto. Su voz me dio la mía. Su actitud, escéptica pero a la vez esperanzada, se convirtió en la mía. Sus libros me relataron, en un modo más extenso y pausado, lo que vivía yo mismo en mi cabeza. Asumí a Leonard Cohen dentro de mí. Es, junto con Cave y Morrissey, la persona con la que más he llorado jamás. También es la persona que más me ha consolado. En todos los momentos en los que lo he necesitado. Siempre ha estado ahí. Cohen le daba vida a la poesía y poesía a la vida. Su voz era la de los que creemos que el futuro es asesinato, pero que el amor es el único motor de la supervivencia. Anoche me encontré con que la dulce luz no volverá a herir sus ojos. Sabía que ocurriría cualquier día de estos. Ya me había hecho a la idea de que nunca lo veré en directo. Lo dije incluso hace unos días, que tendría que escribir este texto en breves. Pero eso no hace que duela menos. Eso no hace que las lágrimas se vayan a detener. No lo quería tan oscuro. Era mi maestro. Él me lo enseñó todo mientras estaba enfermo en la cama. Enseñó a mi corazón a romperse, a descansar. Me enseñó a tañer las campanas que aún sonaban. Me enseñó acordes secretos. Me enseñó a decir adiós. Me enseñó que las cicatrices son medallas para que las descubran los amantes. Me enseñó que el amor te llama por tu nombre. Me enseñó a conquistar el dolor. Me enseñó que nunca llegaremos a la luna, al menos no a la que buscamos. Me enseñó a echar de menos y a perdonar. Me enseñó lo que todo el mundo sabe. Me enseñó a vivir mi vida como si fuera real. Me enseñó que somos extraños. Me lo enseñó cuando vino, y me lo ha demostrado al irse. Hace unos diez años, decidí aprender a tocar la guitarra para tocar “Suzanne”. A estas alturas, sigo sin poder hacerlo como él. Pero me dedico a ello. Muchísimas gracias por todo, maestro Cohen. Muchísimas gracias por tu música. Muchísimas gracias por tu poesía. Muchísimas gracias por tu vida. Muchísimas gracias por la mía. Hasta siempre. Hacer Comentario Cancelar RespuestaSu dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente.