Adiós, Chavela. Gracias x tanto <3Una obra conjunta de Pattpon y Elisa A. Serrano para el Atomic ArtRedacción Atómica 17 septiembre, 2019 Conmilampollas es el proyecto de autoedición de Pattpon y Elisa A. Serrano, un espacio dedicado a la autogestión y la expresión artística en técnicas y formatos diferentes. Esta dupla trabajan por separado el desarrollo de la obra: Pattpon es responsable de la ilustración y el diseño, mientras que Elisa se encarga de la parte literaria. El resultado no podría entenderse sin la conjunción y perfecto entendimiento entre ambas. Ya han trabajado antes en “proyectos-homenaje”, tal fue el caso del festival madrileño Getmad, donde expusieron un cómic al que llamaron “Vicious Love”, en el que daban una vuelta de tuerca a la tóxica relación de Sid Vicious y Nancy Spungen desde la sátira y con una mirada actual en la que entran las nuevas tecnologías y formas de comunicación. Este tratamiento se repite nuevamente en “Adiós, Chavela. Gracias x tanto <3”, que como su título anticipa, se trata de una revisión del legado de Chavela Vargas desde los códigos del lenguaje de la generación Z. Los silencios y su verdad quedan diluidos por el bombardeo de la mensajería instantánea y todo el ruido que generan más allá de las notificaciones del móvil. Hablamos de ese otro ruido más difícil de detectar porque no se escucha, el que generan los emoticonos, los stickers y las nuevas funcionalidades de las aplicaciones, tales como la opción de eliminar los mensajes que enviamos antes de que su receptor los lea. Chavela decía que “cuando eres verdad al final siempre te impones”. Nunca hemos estado más lejos. La profundidad de las letras de Chavela fue lo primero que me atrapó y la dibujé en mi mente como una persona con un concepto idealizado del amor como un sentimiento perdurable en el tiempo. Una mujer de una sola mujer. Nada más lejos de la realidad. En los primeros minutos del documental “Chavela”, estrenado en 2017 y dirigido por Catherine Gund y Daresha Kyi, se presenta a la artista como a una joven que aprendió lo que es el rechazo desde bien pronto, cuando sus padres la escondían con cada visita nueva que llegaba a casa, avergonzados de sus pintas de macha. Pensé entonces que me resultaría difícil defender la tesis de la consecución última de la verdad a través de los silencios, pero conforme avanzaba el documental me di cuenta de que Chavela era una persona a la que precisamente habían herido por amar demasiado. “Fue un deslumbramiento al verle la cara, los ojos… Pensé que no era un ser de este mundo. Sus cejas juntas eran como una golondrina en pleno vuelo”. Con esta literatura mágica aludía Chavela a su primer encuentro con Frida Kahlo, a la que conoció en una fiesta en la casa de un amigo común. La mexicana quedó prendada de la belleza de Frida y aunque su sentimiento era verdadero, Chavela era un ser libre y Frida y cualquier otra persona que prestase atención a sus canciones lo sabía: “mis palabras la hirieron cuando le dije que me iba, pero es imposible atarte a la vida de nadie. Abrí la puerta y me fui”. En cualquier revisión moderna de este escenario, uno es incapaz de imaginar un final tan desesperanzador, tajante y silencioso. De haber tenido un móvil, Chavela seguro le hubiese escrito un mensaje de agradecimiento- la hiperconectividad nos otorga un poder hasta el momento reservado a los dioses y a las fuerzas del orden: el de la autoredención- o Frida le hubiese pedido una segunda oportunidad en una noche de pedo, pero lo cierto es que ninguna de estas dos cosas llegaron a ocurrir nunca. Sin un móvil al que acudir cada cinco segundos ni una cuenta de Instagram donde stalkear sus historias y nuevas amistades, Frida nunca supo de las amantes que la sucedieron, desde las esposas de importantes personalidades políticas a estrellas de Hollywood como Ava Gardner. En los silencios no hay espacio para la obsesión- dar vueltas una y otra vez sobre una realidad que no queremos aceptar – ni para la frustración que conlleva el llegar a la conclusión de que por mucho que lo piense uno, no hay mayor consuelo para el desamor que el paso del tiempo. Por el contrario, en los silencios habita una presunción de verdad porque todos los procesos internos ocurren sin que se les escuche o, como diría la poeta Alejandra Pizarnik, “no solo porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo”. Chavela tenía una adicción a la belleza y aunque podía tener a cuentas amantes quisiese, ni esta capacidad de elección ni su condición de espíritu libre la salvaron de enamorarse del amor de su vida, la abogada Alicia Pérez Duarte. Por desgracia, esto ocurrió en los peores años de la artista: los del alcohol y el olvido. Los episodios violentos de Chavela precipitaron que Alicia acabase con la relación, lo que la mexicana vivió como un nuevo abandono: “la gente te deja de querer. Lo superé, el dolor se lo di a otros”- se refería al público de sus conciertos. La cantante canalizaba sus sentimientos sobre el escenario. Allí era donde se vaciaba por dentro. Sus letras hablan todas del final trágico del amor, del abandono y la soledad, pero por mucho que estas le pesaran, su verdad se encontraba siempre en otro lugar: “los silencios en mis canciones son un desgarramiento, una emoción tal que me quedo muda. No es que me olvide de la letra, es que enmudezco para agarrar la frase que viene después, que es definitivamente el sufrimiento”. Sin poder desprenderse hasta el final de este sentimiento de rechazo, aferrada a la idea de que uno es más libre cuanto más solo está, pasó sus últimos quince años de vida en su residencia frente al cerro tepozteco Chalchi, a las afueras de la ciudad de México: “cada mañana platico con el Chalchi, con esos cerros termino mi diálogo de amor a la tierra”. Chavela encontró su verdad en una realidad no cambiante y a la que podía recurrir incondicionalmente. Se dejó vencer por su dolor y, cuando uno no se permite amar por miedo a que lo dejen solo, el ruido- la no verdad- siempre lo acaba encontrando, como el zumbido de un abejorro enorme. Han pasado siete años desde su muerte y a Chavela no la dejan descansar. Allí fuera hay un aluvión de flashes de todas partes del mundo compitiendo por la mejor instantánea de su féretro cubierto con su poncho rojo. Discutimos. Ella os dirá que la he vuelto a abandonar. Está dolida. Lo sé porque horas después recibo un mensaje suyo: “Cuántas luces dejaste encendidas. Yo no sé cómo voy a apagarlas”. Le contesto con un “jaja” y el teclado inteligente de mi Smartphone rellena el resto: “jajajajajaja”. En verdad no me estoy riendo, estoy bastante asustada. ¿Por qué no me ha puesto un sticker? “Tas biennnn??”, le insisto una vez más. Luego apago el móvil y me lo guardo en el bolsillo. En el fondo ella sabe que le estoy haciendo un favor. Adiós, Chavela. Gracias por tanto <3 Texto: Elisa A. Serrano Hacer Comentario Cancelar RespuestaSu dirección de correo electrónico no será publicada.ComentarioNombre* Email* Sitio Web Guarda mi nombre, correo electrónico y web en este navegador para la próxima vez que comente.